La necesaria fe

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La necesaria fe

“Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este ‘estar con él’ nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso”. El legado de Ratzinger, el papa fugitivo, es valeroso y honesto.

Confundida con la religiosidad, y a veces con el fanatismo, la fe es en nuestros días el instrumento menos denominado y más abandonado de la realidad humana.

Considerando nuestra naturaleza, solamente la invocamos en momentos de difícil entendimiento o, peor aún, parco comportamiento, para comunicarnos con la divinidad y sus designios, a fin de procurar una mejor existencia.

Cómodamente nos apegamos a ella y confundimos su verdadera esencia en esa dualidad del conocer nuestras potencialidades y tratar de preparar lo incierto, ejercicio en el que, al fin de cuentas, el hombre no queda solo.

El dialogo interno con nuestra  armonía,  y de ésta con nuestro comportamiento, alimentara la fe existente y se traducirá en más y mejores caminos hacia el desarrollo del ser y de la colectividad.
El Tao del Liderazgo señala que si tú estás bien contigo, lo estarás con la sociedad, con  la nación y con el mundo por ende, y a fin de cuentas se presentaré un estado de fe generalizada que será positiva para cualquier persona o planeta.
La mezcla de actitud, voluntad, razón y fe tiende a crear un nudo indestructible que el ser humano puede esgrimir ante las vacilaciones, la modorra, la ignorancia y la falta de valor.

En este juego nuestra más grande voluntad, alimentada por la fe e iluminada por la razón, tenderá a confundir y vencer a un enemigo que no está en el prójimo, sino en nosotros mismos.

Por horas camina en nuestro interior ese pequeño duendecillo de la vacilación, que nos dicta al oído que no hagamos un esfuerzo, que al rato habrá tiempo, que dejemos las cosas, ya que al fin no está en nosotros resolverlas. Es el momento en el que tu fe, ataviada de un modesto ropaje, invada la voluntad y la alimente para enfrentar las más graves situaciones y los más recónditos pensamientos.

Refiere el verdadero libro, que la fe es la certidumbre de lo incierto.

Mezcla de miles de partículas invisibles que se integran en una intangible mezcla que no adivinamos, pero que sí sentimos, recorremos con ella caminos llenos de reciedumbre y difíciles maneras, de negados gozos y de derrotantes sombras.

Fe que invocamos y damos, que complacemos y pedimos, que encontramos y sentimos.

Guiemos, entonces, nuestro comportamiento en una fe en nuestras capacidades y generosas, en nuestros mejores propósitos y esencias, en nuestra mayor creencia.

Al fin de cuentas, nuestra fe nos estirará a encontrar las respuestas que son necesarias para que una vida sea plena.
No tendríamos otro mensaje más claro y profundo que aquel que es impulsado en el estado de perfecta armonía del individuo, de no ser por esta modesta virtud, y lo más importante es que en todos está esta capacidad y esta decisión.