Resuena la esperanza en el colegio Rébsamen

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Resuena la esperanza en el colegio Rébsamen

Unión. Los voluntarios son, en su mayoría, los mismos vecinos y personas que transitaban por los lugares afectados. / LUIS SALCEDO Y OMAR SAUCEDO
Nuestro enviado especial de Vanguardia, Francisco Rodríguez hace una detallada crónica sobre la labor de rescate y todas sus implicaciones, que se está realizando en el colegio Rébsamen

Silencio. Puños arriba.

-Shhh. ¡Silencio!

No se oye nada. Sólo el soplido de la esperanza, de un grito ahogado, un pedido de auxilio. Nada. Silencio. Puño arriba. Nada.

Es el perímetro de la escuela Enrique Rébsamen, el que era hasta hace varias horas el epicentro del dolor en México hasta que la autoridad confirmara que no había ya ningún niño bajo los escombros, y que posiblemente sólo quedara una mujer adulta.

Pero eso no le importó a la gente.

¡Naranjas, naranjas! Pasó Monserrat gritando, una maestra de inglés de 23 años que vive en Coyoacán, pero que cuando se enteró de lo sucedido en la escuela, pensó que tendría que ayudar a los alumnos y a la gente, sintió como si fueran sus propios alumnos. 

Le quitan las naranjas y sigue la charla. Cuando termina se dispone a seguir ayudando. Toma unos guantes y los ofrece.

-¿Ya comió? –pregunta una mujer.

-¿Agua? –ofrece otra.

Mercedes psicóloga y tanatóloga; es la madre y abuela de las mujeres que ofrecen apoyo psicológico y pedagógico. “Hay mucho estrés postraumático, han solicitado ayuda en los albergues”. 

Vino desde Atizapán de Zaragoza a ofrecer su conocimiento. “Hay que calmar el estado de crisis, hacer terapia breve porque se puede estar muy alterado”, explica. 

Silencio. Puños arriba. Nada.

El ruido de los motores se apaga, se enciende. Las carretillas con insumos pasan el cerco.

-¿Agua con chocolate?– camina un matrimonio ya grande.

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Llegan cuatro mujeres con hojas de máquina pegadas al pecho: apoyo psicológico, apoyo pedagógico, traductor inglés, hebreo.

-Shhh. Puño arriba. Nada. 

-¡Voluntarios con casco! –grita alguien dentro del cerco.

Llegan mujeres y hombre con bocina y biblias. Empiezan a rezar: Padre nuestro…

-¡Dos paramédicos! –grita alguien fuera del cerco. Un edificio contiguo se está desgajando y ya se amplía el perímetro.

-¿Tembló? –pregunta una señora.

-No- le contestan.

-Sentí que se movió.

Una mujer se acerca: -Algún familiar de alumnos, pregunta. Del otro lado alguien pide un tanque de oxígeno. La máquina tira escombro.

Luz, una mujer que se dice madre de un niño sobreviviente, pide a los medios no creer al gobierno. Atrae el reflector. 

“Ya no hay nadie, no hay nadie. Se están peleando allá adentro. No nos daban a una profesora. Somos los que sabemos, no existe la niña Frida Sofía. Es una tragedia de los maestros, niños, familias, que remuevan el escombro y se vayan.

Ya no hay sobrevivientes. Vayan a otro lado donde se necesita. Aquí porque había niños hubo foco”. 

Silencio.

Seguimos. Se enciende la máquina. Siguen los trabajos. 

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ESPERAN EN LA INCIFO
El Tribunal Superior de Justicia informó que, hasta anoche han sido ingresados al Instituto de Ciencias Forenses (Incifo) un total de 64 cadáveres provenientes de derrumbes provocados por el sismo del pasado martes.

Al momento, la cifra de entregados a familiares asciende a 57, luego de su plena identificación.

A este corte, el Incifo resguarda siete cadáveres; cuatro ya están identificados, y se está a la espera del cumplimiento de trámites por parte de familiares para ser entregados.