Usted está aquí
Supuesta hija de Dalí, busca su identidad y no el dinero
Un día después de que una jueza española ordenara la exhumación de los restos de Salvador Dalí, la mujer que afirma ser su hija explicó que no actúa por dinero, sino para recuperar su identidad.
Desde hace una década, Pilar Abel Martínez, una catalana de 62 años que durante años se dedicó a la videncia, lucha para probar que —como le dijo de niña su abuela— es hija del pintor catalán.
Según su relato, la relación en la que fue concebida se produjo mientras su madre trabajaba como sirvienta para unos amigos de Dalí en Portlligat, Cadaqués, donde el pintor pasaba largas temporadas. Su madre terminó casándose con otro hombre y después nació ella.
—¿Cómo valora la orden de exhumación impartida por la jueza instructora del caso en Madrid?
Es una gran victoria, pero todavía queda la más grande y estoy segura que llegará. Sería un respiro que no te puedes imaginar, por fin sabría quién soy realmente y sería reconocida. Yo no quiero su patrimonio, si llega vale, pero es lo último que quiero. Primero quiero mi identidad.
—¿Cuándo descubrió que Dalí supuestamente era su padre?
Con siete u ocho años me lo explicó mi abuela. Me cogió y me dijo: 'yo sé que tú no eres la hija de mi hijo, que tu padre es un gran pintor, pero eso no hace que yo te quiera menos'. Y me dijo el nombre, Dalí.
Pero lo mantuve callado durante mucho tiempo porque había problemas en mi casa, cosas de pareja. Supongo que era por esto porque si mi abuela lo sabía, imagino que le habría dicho algo a mi padre.
—¿Y cuándo le preguntó a su madre al respecto y qué le dijo ella?
En 2007 le pregunté: '¿Tú estabas con Dalí, mi padre es Dalí?'. Y ella me dijo: 'Sí, y mira que era feo ese hombre, aunque tenía su encanto. Haz lo que quieras con esto, yo no me tiraré piedras encima de mi tumba', esas fueron sus palabras.
Ella no cuenta demasiado de la relación, casi nada, pero me anima a que siga haciendo esto.
—Usted es de Figueras, como Dalí. ¿Se conocían personalmente, hablaron alguna vez?
De pequeña lo veía, pero entonces ese hombre ma daba miedo por su aspecto y por cómo iba vestido. Más adelante, cuando trabajaba en una procuraduría en la Rambla de Figueras, siempre nos cruzábamos. No nos decíamos nada, sólo eran miradas. Pero más vale una mirada que mil palabras.