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Magnate decide no trasladar a Jerusalén la embajada de EU
WASHINGTON.- Donald Trump activó ayer su modo Realpolitik y anunció que la embajada de Estados Unidos seguirá en Tel Aviv, donde se ubican las embajadas del resto de países, y no se trasladará a Jerusalén, con el fin de favorecer las negociaciones de paz en Oriente Medio. La mudanza, —una de sus promesas electorales más polémicas—, hubiese resultado incendiaria porque significa el reconocimiento de la ciudad como capital israelí, cuando se trata de un territorio disputado.
“Nadie debería considerar este paso como una marcha atrás en el fuerte apoyo del Presidente a Israel o a la alianza de Estados Unidos-Israel. El presidente ha tomado esta decisión para maximizar las posibilidades de una negociación exitosa y lograr un acuerdo entre Israel y los palestinos, cumpliendo su obligación de defender los intereses de seguridad nacional americanos”, señala el comunicado de la Casa Blanca.
El tema israelí no ha sido el único asunto internacional en el que el republicano ha tenido que suavizar o, directamente, cambiar su postura. Aunque fue crítico durante la cumbre la OTAN, se ha guardado en el cajón aquella acusación de que la Alianza Atlántica “está obsoleta”. Tampoco ha anulado el acuerdo nuclear con Irán, pese a maldecirlo, y ha abandonado la dialéctica hostil con China en asuntos de comercio.
La decisión de ayer se materializa con la firma de una dispensa de la llamada Jerusalem Embassy Act, la ley de 1995 que establece ese traslado de la embajada estadounidense. Ningún presidente desde entonces —Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama— la ha aplicado, por la bomba diplomática que supone y se ha ido postergando a base de dispensas.