Historiadores frente al desorden mundial

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Historiadores frente al desorden mundial

Los historiadores no deben vivir en el pasado, deben estudiarlo, pero tienen la necesidad de comprometerse con el presente

 

Hace una semana estaba participando en un congreso internacional de historia. No es de mi intervención de lo que deseo hablar, sino de las sorpresas que me llevé.

La Organización de Historiadores Americanos (OAH) comprende varios miles de afiliados. No es ni un sindicato ni una estructura política. Se reúnen una vez cada año e intentan llamarse mutuamente la atención sobre lo que se está haciendo en cada una de las universidades que participan. En este caso hubo más de mil ponencias de muy distintos temas, sin embargo, el más trabajado fue el de la esclavitud.

Evidentemente que la etapa de la que hubo mayores aportes fue la de los africanos extraídos de sus lugares por la fuerza y sometidos a un régimen inhumano por siglos. Poco se presentó acerca de la esclavización de los indígenas de toda América. Y, a petición de los organizadores, cada universidad montó un pequeño stand con algunos de los libros publicados: ¡era una verdadera feria y un insulto a la capacidad real de adquirir tanto material novedoso!

La seriedad del evento no está a discusión. Participaron las más prestigiadas universidades como Columbia, Berkeley o Harvard. Lo que me sorprendió fue la actitud de los historiadores tan crítica hacia su propio país, su pasado y, sin duda, su presente. Hubo mesas de discusión sobre los presidentes americanos que tuvieron roles fatales, siniestros y la natural comparación con el presidente Donald Trump. Realmente viví momentos en que dudaba que estuviera escuchando tales críticas en los Estados Unidos de América.

El remate tuvo lugar cuando la presidenta de la OAH, Nancy F. Cott, dio su discurso de clausura. Habló de la suerte que teníamos los presentes de ser historiadores. Dijo que teníamos el privilegio de comprender el pasado y, por lo mismo, de poder interpretar el presente. Hizo no pocas comparaciones entre el pasado de ese país y el presente. Instó a la asociación a no temer las represalias y, al contrario, mantenerse en una posición de análisis del retraimiento de los Estados Unidos y su renuncia a los valores que enarbolaron muchos de sus mejores ciudadanos.
Tal vez dedicó media hora o poco más en elogiar al gran historiador inglés, marxista, Eric P. Thompson. Lo comentó con demasiada enjundia y un gran dominio. Ese es un ejemplo a seguir, afirmó. ¿Un congreso nacional en ese país en el que se critica su actual política hacia los demás países, la agresividad como moneda de cambio, la amenaza sobre los débiles y los ataques indiscriminados hacia los aliados? Sí, así fue. Y la gente la aplaudió a morir.

Ahora sí que no sabe uno cómo, por qué y hacia dónde evoluciona el mundo. Pero resultó un discurso memorable que deberá ser impreso y enviado a los interesados.

Aparte de lo anterior, me agradó la calidez de la gente, lo positiva y generosa. No se piense que todo era brindis y aplausos. En las mesas se discutía, se polemizaba y hubo enfrentamientos que tuvieron que ser atemperados por el conductor de la mesa. Una muestra de que la academia tiene fuerza y no teme el debate.

No es que esta estancia me haya cambiado la mente y crea ahora que ese país es el Jardín del Edén, pero sí considero que tienen mucho respeto por la ciencia y por la profesión. Regresé con la convicción de que la Historia tiene un papel que nadie le puede negar. Cito al gran sociólogo del Siglo 20, Norbert Elias, que escribió que los sociólogos no pueden comprender la realidad presente si se retraen del pasado. Y opinó que en su mayoría preferían creer que estaban entendiendo y no se daban cuenta de que ignoraban lo evidente (fue su opinión; usted la podrá aceptar o rechazar).

Mi convicción: los historiadores no deben vivir en el pasado. Deben estudiarlo, pero tienen la necesidad de comprometerse con el presente. Y el presente, al menos el de la mitad de la humanidad, es de lo más cruel, deprimente, negativo e injusto. Simplemente hay que abrir los ojos para ver qué han hecho de México nuestros gobernantes para sentirnos obligados a reaccionar para intentar transformarlo. No es necesario que seamos historiadores, basta con que tengamos cierta dignidad y amor por la Patria.