Reiteraciones dispersas...

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Reiteraciones dispersas...

La referencia clara de una fotografía de la calle Aldama después de la lluvia de hace algunos días me recordó a mi paso diario rumbo al Ateneo y esa emoción dispersa sobre las sorpresas de mis días de estudiante. Tiempos distantes de una ciudad que aún olía a pueblo, a calles interminables sin pavimento y arroyos de cristalinas aguas que atravesaban la comunidad y la partían. Maneras de gozar la vida con la sencillez que da lo cotidiano y el saludo del vecino.

Recuerdos de un tiempo que ya no se sabe si fue de  más o de menos, pero que en su transcurrir fue forjando la voluntad y el temple con quienes convivimos, y más aún proyectamos nuestro futuro, todavía con la nula certidumbre que al fin de cuentas fue cediendo paso a lo que la vida fue forjando o repartiendo.

El proceso por el cual nos hacemos de amigos es uno difícil de narrar y mucho más de describir, pero fue cierto y preciso, fuerte y conforme voluntad y sinceridad.

La vieja formula de aplicar lo sencillo y excluir lo preferente, dejar a un lado el interés y cambiarlo por lo cotidiano y lo común de las circunstancias que la vida nos iba dejando a cada paso o juego, fue la regla de la amistad que nos forjábamos al igual que el acero.

Recordar en el ejercicio de la añoranza de diversos tiempos en los que aún se enseñaba que el agua es un recurso renovable y que no importaba cuánta basura tirábamos, al fin de cuentas los basureros eran interminables y los pepenadores unos expertos.

Qué desafiante la aventura de recorrer las vecinas sierras que coronaban el hermoso y limpio valle de mi pueblo, echarnos “al rondín” como la vieja canción y así el puñado de amigos escalar sin más equipo que nuestra energía y sin mas emoción que nuestras comunes cosas, para llegar al sitio y a pelo de tierra dormir al lado de una fogata, que a eso de las dos de la mañana era un montón de brazas.

El despertar con el olor a olla quemada, el humeante café que alguno de nosotros preparaba y planear el día sin más brújula que la del entusiasmo y sin más plan que el de la diversión.

No lograré con esto ser adolescente de nuevo, lo sé. Pero al menos lo intento y entonces la raza del six no me dejará mentir, y tal vez la oportunidad de serlo de nuevo a la cincuentona edad que ya nos cuelga nos lo permita.
Tratar de aclarar nuestros sueños y maneras, nuestras inquietudes que serían muchas, pero bastantes serenas no es la intentona de lo que describiría al grupo y su ambiente.

La memoria del tiempo y sus razones nos llevarían después de mucho andar a formar parte de otras historias más permanentes, pero con la común vivencia de la remembranza que hoy halago y permuto por fáciles tres horas de charla.

El recuerdo es también esperanza y solución en el mundo en que la memoria es la noche de la conciencia y el presente es la única realidad posible.

Todo ello enrarecido a veces con la letal maleficencia del olvido al que refiere Benedetti en su poema: “Cada vez que nos dan clases de amnesia / como si no hubieran existido / los combustibles ojos del alma / o los labios de la pena huérfana / cada vez que nos dan clases de amnesia”.

Evoco la remembranza y la envió al foro de la discusión a través de la palabra escrita y de la memoria que en usted, lector, evocará sus días y sus andares en la época que quedó atrás, pero que sólo lo hizo en el tiempo.