Perdona(te)
Usted está aquí
Perdona(te)
Pasan los días, ¿no? Pasan los días sin parar y algunos (espero que todos) nos hacemos conscientes del espacio en que habitamos; de esa inimaginable e infinita conexión que tenemos con todo. Sólo aquellos que ignoran que la importancia es una cualidad propia de la mente y no de las cosas o situaciones van por la vida (si es que puede llamarse de esa manera) pensando en todo, menos en vivirla. Poseemos tantas capacidades, querido lector: sentir la gravedad sobre la que residimos, identificar el rostro de esa persona entre la multitud; percibir el olor de la lluvia y recordar, por siempre recordar. Sin embargo, existe una en especial que no ponemos en práctica tan seguido como se debería, dejando al miedo y a la arrogancia ganar la batalla contra la consciencia.
Póngase cómodo, usted y sus maravillosos ojos, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Retomando la importancia como una cualidad propia de la mente de quien la otorga y no del alrededor en sí, lo transporto a ubicarse en aquella situación donde lo hirieron, lo decepcionaron, lo acuchillaron con el filo de las palabras y lo hicieron sentir como todo, excepto como un ser valioso. Desde donde me encuentro, y aún sin que me haya leído todavía, ya siento lo que usted sintió; ya sentí sus lágrimas, su rabia, su angustia, y lo acompaño desde mis letras en aquel dolor que, estoy segura, no se merecía sufrir ni usted ni nadie. A todos, lamentablemente, alguien nos ha visto la cara; alguien que sabía perfectamente cómo hacernos trizas y llegar a lo más profundo de nuestra vulnerabilidad lo usó en nuestra contra. Alguien en quien confiábamos de verdad.
Ante semejante situación, tendemos a reaccionar lo menos conscientemente posible, pensando que enojándonos por días, tratando indignamente a quien nos hirió, difamar acerca de su persona y hacernos la eterna víctima son algunas de las maneras “correctas” de afrontar lo sucedido, pues sabemos que no nos merecíamos lo que ocurrió. Sin embargo, cegados por el dolor, no abrimos los ojos y realizamos que estamos haciendo exactamente lo mismo de lo que nos quejamos. No nos damos cuenta que un animal herido es incapaz de sanar a otro. Es precisamente en este momento donde debe hacerse presente la capacidad más valiosa que tenemos los seres humanos: la capacidad del perdón.
De nada te va a servir conservar una posición de rabia durante tiempo indefinido; créeme, al otro no le importa y a ti sólo te daña. De nada te va a servir hablar mal acerca de lo que aquella persona hizo, pues, como dice la frase, “Lo que dice Juan de Pedro dice más de Juan que de Pedro”. Nunca será la solución actuar de la manera en que actuaron contigo, cayendo en una de las más grandes incoherencias que, desde siempre, nos han enseñado a practicar: la venganza. Perdona, querido lector. Quizás el otro no lo merezca y quizás tú pienses que si perdonas te tomarán como alguien que no se sabe defender, que no se da su lugar o que le gusta tropezarse con la misma piedra; sin embargo, cuando aprendemos a poner en práctica esta difícil habilidad, nos damos cuenta que efectivamente, tal vez el otro no lo merecía, pero tú sí.
Tú sí mereces estar tranquilo, tú sí mereces que te sane la herida. Tú sí mereces una disculpa por exponerte voluntariamente a un sufrimiento innecesario. Que tu calidad humana no se vea afectada por otra que se ha abandonado en el miserable pensamiento de perjudicar. Perdona, no por el bienestar ajeno, sino por el propio. Sólo así es posible continuar el trayecto, pues con el perdón llega, eventualmente, una oportunidad para empezar de nuevo.