Una columna postergada
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Una columna postergada
La lógica nos grita, con su chirriante voz de mamá jodona, que la manera más efectiva de despejar una contienda es por medio del sistema de rondas.
Si hasta las inteligencias alienígenas superiores más avanzadas, cuando secuestran para su diversión a los mejores guerreros de la galaxia, los ponen a combatir primero en una arena campal para después confrontar a los dos mejores en un combate a muerte. (Y ya sabe: hay que pelear porque sólo el vencedor gana el privilegio de que no le destruyan su planeta. Si por alguna razón acabo yo de gladiador intergaláctico les diré “¡Yo me doy, a la Tierra como quiera ya se la cargó Trump!”).
Aquí mismo en nuestro planeta, la mayoría de los torneos en todos los deportes se manejan en rondas eliminatorias y ya luego vienen los treintaidosavos de final (aquí hasta México anda haciendo su lucha), dieciseisavos de final (aquí ya valimos queso), octavos de final (sólo quedan las súper potencias y dos equipos africanos), cuartos de final (sólo las superpotencias), semifinal (los de siempre y un colado inesperado) y la gran final (Alemania contra alguien más).
Suena complicado, engorroso, pero es la única manera de asegurarnos de que “el infeliciaje” se quede por allí tirado en el camino y tengamos al final una confrontación medio decorosa entre quienes de verdad tienen posibilidades.
Ahora la pregunta medular: ¿Por qué carajos nuestro sistema electoral no se maneja por rondas?
¡Excelente pregunta, Abasolo! Pero antes de intentar darle contestación, repasemos algunas ideas de recientes entregas:
Decíamos que la misión primordial de gobernantes y representantes en puestos de elección es la de forrarse para vivir dos o tres vidas exentos de mundanas preocupaciones monetarias. Dijimos también que la manera de lograr dicho propósito era perpetuándose en el poder y para ello a su vez era indispensable tener un sistema político electoral cortado a modo.
Pues así lo han hecho y de maravilla. Si revisa un poco, se dará cuenta de que es un puñado de familias el que nos ha gobernado desde siempre. Y todo dentro de los márgenes de la legalidad de un sistema electoral amañado, pero sin embargo, legítimo.
Sucede en cada elección que son sólo dos o tres las candidaturas con reales posibilidades de triunfar, sin embargo, la boleta de votaciones parece tabla de lotería de tantas opciones que nos presenta.
Los partidos comparsa, los de la división botana, que no son tan grandes como para acceder al poder ni tan minúsculos como para acabar de extinguirse, han resultado ser un magnífico negocio dentro de este mismo esquema político, pues dan de comer a un grupo de zánganos que está siempre listo y a la mano para cuando los partidos grandes lo necesiten (claro, previamente establecido el precio). Ya sea que se ofrezca formar una alianza, o dividirle la oposición al partido en el poder, reventar una casilla o toda la elección, o postular a un candidato de otro partido grande para que éste gane más posiciones (¡saludos, Fco. Tobayas!), lo cierto es que las entidades político-carroñeras son tan versátiles como navaja suiza.
Al ciudadano, los partidos satélite no le sirven para una chingada, como no sea para quitarle su dinero, sin embargo, contaminan de tal modo el proceso que pueden decantar el resultado de una elección, pueden definir las decisiones parlamentarias y en síntesis, cargar hacia un lado u otro el codiciado “Poder”.
Por si fuera poco, ahora las elecciones vendrán adicionadas con 8 vitaminas y hierro, gracias a las candidaturas independientes, las cuales nacen de una idea loable: darle participación directa a los ciudadanos en el “merequetengue” electorero y acceso a los puestos de elección sin el auspicio de las corrompidas organizaciones políticas. Por desgracia, las candidaturas independientes no se limitan a los bienintencionados ciudadanos que quieren hacer algo por sanear la vida pública, sino que involucran a mucha escoria saliente de los partidos tradicionales e incluso a candidaturas apadrinadas por el mismo Poder, que están sólo para dividir la voluntad popular y diluir los esfuerzos de oposición.
Una segunda ronda electoral limpiaría el proceso de opciones redundantes, garantizaría una elección en la que la voluntad popular estuviera mejor representada y el ganador tendría que resultar electo por una verdadera mayoría.
¿Pero qué cree? No tenemos segunda vuelta porque ello contraviene aquel propósito del que hablábamos, de enriquecimiento y perpetuación en el poder de nuestros villanos favoritos.
Una segunda ronda le resultaría carísima al Partidazo Tricolor: ¡Imagínese simplemente duplicar el costo del acarreo! Llevar dos veces a la gente a votar en una misma elección poniendo transporte, desayunos, regalos y “apoyos” en efectivo (todo lo que realmente les da siempre el triunfo) forzaría a peligrosos extremos incluso a la vieja, fiel y confiable maquinaria de la aplanadora priísta.
Pero organizar segundas vueltas o las que fueran necesarias no sólo sería caro, sino como ya dijimos, totalmente contrario a sus intenciones, que nada tienen que ver con el fortalecimiento de la democracia o la participación de los ciudadanos en la administración pública.
Es por eso, amigo lector, lectora querida, que no tenemos contempladas las segundas rondas en nuestro muy presumido sistema electoral, porque ello podría resultar peligrosamente democrático y no gustarle a quienes mantienen secuestrado lo que se supone es de, por y para el pueblo: “El Poder”.