Renegociar tratados: a ver cómo nos va
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Renegociar tratados: a ver cómo nos va
Una de las advertencias de campaña del flamante presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que hoy se ha convertido en política de la Casa Blanca es la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte firmado con México y Canadá hace más de dos décadas.
De acuerdo con la postura del nuevo inquilino de la Casa Blanca, el TLCAN no ha sido benéfico para su país y por ello es absolutamente necesario revisar sus términos con el propósito de ajustarlos, es decir, de convertirlos en términos más ventajosos para ellos.
Es curioso, por lo menos, que luego de más de dos décadas de acuerdo comercial nuestros principal socio comercial llame al establecimiento de una mesa de negociaciones planteando, de entrada, que el acuerdo inicial sólo ha sido benéfico para sus socios.
Y resulta curioso porque de este lado de la frontera no son pocas las voces que señalan exactamente lo mismo para México, es decir, que el TLC no nos ha beneficiado mayormente y que incluso ha resultado perjudicial para diferentes áreas de la economía, señaladamente el sector agropecuario.
Lo primero que cabría preguntarse frente a tal realidad es entonces si alguien ha ganado con un acuerdo que fue largamente negociado en los primeros años de la década de 1990, y luego planteado como una fórmula que convertiría a nuestra región en una mucho más próspera.
Como en cualquier acuerdo negociado con el propósito de generar las condiciones para que todo mundo gane –al menos en los números gruesos–, en cada uno de los tres países signantes del TLCAN podrán encontrarse cifras halagüeñas y cifras decepcionantes, pues algunos sectores de la economía han ganado más que otros.
Desde los sectores donde las ganancias no aparecen, o incluso lo que se contabiliza son pérdidas, sin duda surgen las presiones políticas que, en el caso de los Estados Unidos, han alimentado el discurso de Trump y hoy se ubican detrás de la demanda de una renegociación.
Cabe esperar, por supuesto, que la intención del nuevo Presidente estadounidense no sea la de modificar el documento para garantizar, como lo dijo en su discurso de posesión, que los intereses de los Estados Unidos sean colocados primero y sólo cuando estos se encuentren satisfechos, pensar en la posibilidad de que sus socios puedan obtener algo.
No debemos ser excesivamente optimistas al respecto, desde luego, pues el discurso del Ejecutivo estadounidenses hacia nuestro País ha sido muy claro y no es en absoluto amistoso –ni el propio de alguien que nos reconozca como socios– y nada hace suponer que pueda cambiar significativamente en el futuro inmediato.
Por ello, es de esperarse que el equipo mexicano que se hará cargo de la negociación sea uno integrado no solamente por individuos versados en el tema, sino por hábiles negociadores capaces de esgrimir de forma convincente el único argumento que probablemente hará reflexionar a nuestros socios: el relativo a lo que todos podemos perder si la negociación no se mantiene el territorio del ganar-ganar.