La esperanza que no emigra
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La esperanza que no emigra
Contesta, está sonando mi teléfono –gritó la mamá.
–¿Bueno… bueno, bueno? Colgaron, mamá.
Un poco después vuelve a sonar el teléfono.
–¡Papá!... ¿Dónde estás?... ¿En Amarillo?... ¿Vas a venir en Navidad?
Y surgió la esperanza en el corazón de toda una familia. Una familia atareada con los tamales y los buñuelos que anuncian una alegría por venir y que, de repente, se da cuenta de que el ausente que han extrañado todo el año va a venir y ocupará el vacío invisible de todos los días. Un vacío que han llenado con esperanzas...
Cada Adviento tiene el poder de abrir la ventana de la esperanza que a veces parece que se cerró para siempre. Por ella de cuando en cuando nos asomamos y buscamos las voces que extrañamos, los amigos alejados por los años, las caricias que parecen inalcanzables, las melodías que despiertan los ratos infantiles, las escenas imborrables que todavía nos entusiasman.
La ventana de la esperanza siempre está abierta, sin las rejas de los razonamientos y los cálculos pesimistas que ocultan el horizonte con augurios de pesadilla. Los niños siempre tienen dos ventanas abiertas a la esperanza.
Miran, observan y buscan porque tienen una esperanza viva, que los impulsa a no quedarse encerrados en cavilaciones estériles. Sus ventanas les permiten correr detrás de fantasías y sueños y combates victoriosos. Y descubren a los héroes que no se rinden y esperan ser como ellos.
La Navidad tiene el poder de volvernos niños y poder descubrir las ventanas abiertas por donde se fuga nuestra esperanza atrapada.
A medida que se acerca la Nochebuena de Dios, la esperanza con sus luces invisibles nos descubre que las noches de pobreza y sufrimiento no duran todo lo que parecen, no son interminables.
Cuando abrimos las ventanas de la esperanza, un oxígeno inunda nuestros pulmones, nos vitaliza y nos alegra.
Volvemos a esperar la reconciliación y la paz en las familias y en los corazones. Salimos de la red que nos intoxica con sus presagios de fracasos inminentes, de pesadillas anticipadas, de creencias y prejuicios que condenan cualquier suspiro de esperanza.
La Navidad es muy fuerte. Tiene un espíritu que creó la vida y que mantiene humanos a todos los hombres. Ése es el espíritu que disfrutan los niños, y que los adultos descubren cuando abren las ventanas y dejan entrar a la esperanza que nunca deja de vivir en el corazón.
–¡Mamá! ¡Ya llegó Papá!...
Y el curtido emigrante inundó de alegría a su familia.