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‘¡Fuck Donald Trump..!’
La multitud había comenzado a congregarse desde alrededor de las 10 de la noche sobre el tramo peatonal de la avenida Pensilvania, entre las calles 15 y 17, justo frente a la Casa Blanca. Casi a la media noche sumaban ya algunos centenares, fundamentalmente jóvenes.
Pegados a las pantallas de sus celulares, a esa hora todos comprobaban que en el primer mundo las encuestas también fallan y eso implicaba la certeza -o casi- de que durante los próximos 4 años les gobernará el magnate neoyorkino que construyó una campaña exitosa de espaldas a la corrección política.
Unos minutos antes, con el puño en alto, algunas decenas de gargantas coreaban el grito distintivo de quienes denuncian la violencia hacia los miembros de la comunidad afroamericana. ¡Black lives matter..! ¡Black lives matter..! ¡Black lives matter..! (las vidas de los negros importan). Pero en cuanto una voz anónima comenzó a maldecir a Trump prácticamente todas las demás le siguieron de inmediato.
UN INUSUAL SOUVENIR
La residencia de los mandatarios estadounidenses y sus alrededores constituyen uno de los sitios imperdibles para cualquier persona que visita la capital norteamericana, pero nadie espera que haya multitudes reunidas frente a sus jardines a la media noche de un martes.
Esa noche, sin embargo, es distinta a cualquier otra y nadie quiere perderse la oportunidad de tomarse la selfie frente a la Casa Blanca en este momento decisivo de la historia. Para un turista no parece haber mejor lugar para estar la noche del 8 de noviembre de 2016.
Lucrecia, una latina originaria de Ecuador lo entiende perfectamente claro y por eso desde temprano en la noche se apostó en la esquina de las calles 16 y H para vender las camisetas que, dice, ella misma diseña e imprime: sobre un fondo azul aparece la foto estilizada de Hillary y la leyenda “Madame President”. “Compre su camiseta: prepárese para mañana”, dice a los transeúntes, ajena totalmente al avance de Trump en el conteo de los votos que reporteros de todo el mundo, ubicados a su alrededor, informaban en todos los idiomas existentes.
En el extremo opuesto a su optimismo, los integrantes del “DC labor Chorus”, un ensamble musical de la capital quienes, de acuerdo con su página de Facebook, cantan “por solidaridad, por justicia y por gusto”, se apostaron junto a la estatua ecuestre del presidente Andrew Jackson y entonaron distintas canciones durante un par de horas.
Un grupo de jóvenes, agrupados en derredor, formó con carteles negros, sobre los que montaron líneas de luces led, la frase “we are better than bigotry” (somos mejores que el fanatismo).
Tal vez deseaban con sus cantos atraer mejor suerte a la candidata demócrata, pero el cañón que proyectaba a su lado la página web del The New York Times, con el seguimiento minuto a minuto del comportamiento electoral, no les daba esperanzas: conforme transcurría el tiempo, el color rojo, imparable, iba colonizando la pantalla.
Quizá fue el inexorable triunfo de Trump lo que llevó a la joven multitud a animarse. Probablemente quien comenzó el coro pensó que se trataba de la última oportunidad de imprecar a quien pronto podría ser el próximo hombre más poderoso del mundo.
Y no tuvo que argumentar para convencer a los demás de unirse entusiastas al coro que, capturado en decenas de teléfonos celulares, se convertirá seguramente después en uno de los mejore souvenirs de quienes tuvieron la oportunidad histórica de venir a la futura casa del Presidente de los Estados Unidos, a mentarle la madre el día que ganó la elección.