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Election day

La fregadera es que en un país con amplia diversidad cultural, la mitad de los votantes se haya decantado por un discurso de intolerancia

Hoy hasta los más ateos, descreídos, heréticos, abjurados, apóstatas, blasfemos y renegados, anticlericales y sacrílegos irredentos como yo le andamos prendiendo una veladora con triple ofrenda floral al Santo Señor de las Misiones Imposibles, San Juditas Priest.

Se celebran hoy las elecciones presidenciales en la nación más poderosa de la Tierra que –por una de esas chingaderas de la casualidad– es justo nuestro vecino de al lado.

No, no es Belice. Cerca, pero no. Hablamos del país que nos ha dado los mejores momentos de nuestra vida (“Rocky”, “Star Wars” y “Game of Thrones”), esa porción del continente cuyos habitantes insisten en denominar America y que los millennials del nopal llaman con su distintiva finura “El Gabacho”: los Estados Unidos.

Qué feo que, en algo que indubitablemente nos afecta, tengamos voz pero no voto. Sospecho, sin embargo, que, de habérsenos abierto las casillas a los mexicanos para votar en la elección de hoy, Trump ganaría de calle llevándose a la Clinton de corbata, pues le habría costado al republicano apenas unas despensas, unos tinacos y unos botes de pintura barata el agenciarse el voto decisivo de todos los compatriotas con credencial del INE. Pero por fortuna, nomás un selecto grupo de connacionales tienen hoy una cita con las urnas.

De manera que nos va a tocar atestiguar este épico encontronazo como aquel niño desarrapado que, a falta de boleto, miraba el box encaramado en una barda, con la variante de que si aquí gana el pugilista con cara de orangután, lo primero que va a hacer para celebrar su triunfo es buscar al niño para arrimarle también unos guantazos.

Razones para estar preocupados, sí, sí las hay. ¡Carajo! Y no es que doña Hillary Klingon nos enamore o sea la “buenaondez” personificada. No concibo de hecho mandatario estadounidense cuyas prioridades no estén dadas en el siguiente orden de importancia: (1) Yo, (2) mis socios y amigos, (3) el pueblo norteamericano, (4) nuestros países aliados, (5) países donde tenemos inversiones y (6) resto del mundo.

Por si se lo pregunta, nosotros estamos con un pie en el 5 y otro en la categoría 6 y queremos, de hecho, conservar ese estatus, porque de ganar Donald “El Ginecoloco” Trump, vamos a pasar en automático a la categoría  número 7, “países a los que les traigo ojeriza” y sería una pena a tan pocos días del Black Friday.

Ya le digo, no es que con la demócrata nos sintamos cobijados, pero al menos respeta las reglas elementales de la diplomacia, mientras el otro deslenguado supremacista sí anda desatando la Tercera Guerra Mundial antes de cumplir dos semanas de mandato.

Pero aún y si los dioses aztecas se apiadan de nosotros y a cambio de un sacrificio (digamos, los corazones de todos nuestros representantes legislativos) nos hacen el milagro y míster Trump es derrotado, no digamos por las fuerzas del bien sino las del sentido común, aún así no podremos obviar que en la nación líder del mundo occidental, la mitad de la población se identifica en mayor o menor medida con él, lo suficiente al menos como para cederle el control político y militar a un payaso de reality show (¿cómo estamos, México?).

Entonces, lo terrible no es que exista un orate xenófobo y dictatorial, depravado y clasista partidario del Destino Manifiesto, ni siquiera que semejante mamarracho haya alcanzado la postulación para la Presidencia NorteameriGringa.

La auténtica fregadera es que en el país que se supone es el último bastión de la democracia y la libertad en el mundo (bueno, según Hollywood), o al menos en un país cuya fortaleza se supone radica en su diversidad cultural, la mitad de los votantes se haya decantado por un discurso de intolerancia, de racismo, de exclusión y que además se sientan muy orgullosos y patriotas por ello.

Como siempre, lo peligroso no es que exista un dictador demagogo, sino que haya un pueblo dispuesto a alzarlo en hombros (y que en la bola vaya incluido Clint Eastwood, le añade todavía más peligrosidad).

Se dice hasta el cansancio que un pueblo tiene el gobierno que se merece, pero yo no podría estar más en desacuerdo. Es obvio que desde el miedo o desde la ignorancia (muy emparentados una del otro) una nación va a tomar pésimas decisiones, por muy libres y democráticas que sean. Pero no es estrictamente su culpa cuando el gobierno le ha fomentado dichos vicios transgeneracionalmente con el único propósito de refrendar a una misma élite en el poder.

Siendo que en teoría la misión de un gobierno es precisamente la emancipación de su gente y en cambio se le inculca la dependencia, se le adoctrina y se exacerban sus peores atributos, de ninguna manera es cómplice sino una víctima.

La cosa es que si en México elegimos a un presidente ignorante, corrupto, ridículo y revanchista, pues los únicos perjudicados somos nosotros mismos, pero tratándose de los güeros, su decisión sí que tiene repercusiones para el resto del planeta.

Como ve, ni Estados Unidos en toda su arrogancia y opulencia está exento de semejantes despropósitos electorales, como es el convertir en algo serio la postulación de un payaso.

Nosotros ya tomamos hace mucho tiempo las peores decisiones que pudimos haber tomado jamás, tanto en el ámbito local como en lo nacional. Toca ahora el turno de los gringos. Les deseamos suerte mientras, con el Yisus in da mouth, contenemos la respiración y hacemos los muy pertinentes changuitos.

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