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Calacas en el ropero

Los esqueletos en su acepción literal allí están: Allende, Piedras Negras, La Laguna, hechos a los que nos podemos referir como genocidios

Se dice que todos tenemos por lo menos un esqueleto guardado en el armario. El problema realmente con las casitas de Infonavit y de interés social es tener un armario donde meter el chingado esqueleto. La expresión es tan gráfica que prácticamente no da pie para dudar de su significado.

El primer registro de su uso en un medio impreso se remonta a un diario de 1816. El Eclectic Review. En un texto que versaba sobre enfermedades hereditarias, se consignaba: “El miedo de ser a posteridad la causa del sufrimiento ha conminado a los hombres a ocultar el esqueleto en el clóset”.

Con el tiempo, los ingleses se decantaron por la palabra cupboard, ya que closet comenzó a asociarse a los modernos cuartos de baño (Water Closet), siendo el segundo vocablo el más aceptado entre los norteamericanos, aunque en ambos casos puede traducirse como armario. El origen de la expresión, sin embargo, parece ser más antiguo que la publicación que la recoge. Y se dice que proviene de la enseñanza de las ciencias de la salud.

Hasta a principios del siglo 19, en Gran Bretaña, estaba prohibido hacer prácticas con cadáveres fallecidos de occisos ya difuntos. Lo que por desgracia es hasta la fecha imprescindible para la cátedra médica.

Algunos mentores retaron a la autoridad en favor de la excelencia académica y se las ingeniaron para hacerse de un cadáver con fines didácticos (los jorobados dominaban por entonces el mercado negro de cuerpo exhumados).

Reducidos a huesos, los restos mortales de una persona pueden durar una eternidad o todo el semestre, lo que ocurra primero; el problema es, tratándose de un artículo proscrito, guardarlo una vez terminada la clase. Ya que llevarlo a casa y de vuelta a la Universidad implica algunos problemas: “Doctor Víctor, su almuerzo, que tiene toda la apariencia de un fémur humano, se está saliendo de su portaviandas”.

Y ahora que lo pienso, y fuera de bromas, esta restricción a los estudiosos de la medicina debió ser en verdad otro ingrediente en la configuración del personaje central de la obra maestra de doña Mary Shelley.

El caso es que no era raro que se dijera de algún sombrío galeno que guardaba en su armario uno o más esqueletos.

La imagen de un cadáver oculto, al servicio del género policiaco, inicia a mediados de ese mismo siglo con Edgar Allan Poe y otros autores victorianos con delirios góticos. Desde ese punto, podríamos trazar un arco hasta la magistral cinta de Rogelio A. González: “El Esqueleto de la Señora Morales” (1960).

Como metáfora la expresión hace alusión a un pasado no necesariamente criminal: tener esqueletos en el clóset (uno o varios) significa guardar por allí algunos oscuros secretillos del pasado.

En la medida en que nos acerquemos o tomemos distancia de la literalidad de la expresión “esqueletos en el armario”, en esa misma correspondencia la gravedad de nuestros pecados soterrados.

Y es que si hablamos de “esqueletos en el armario” en el más estricto sentido de la palabra, créame que lo de menos es el minúsculo detalle de el armario.

Coahuila (como bien sabemos los coahuilenses), rebosa literalmente de calacas en el ropero, tanto de orden alegórico como de las otras, las que debemos leer al pie de la letra. ¡Qué digo en el ropero! Las calacas atiborran el refri, la alacena, los cajones del buró, el botiquín, el depósito de agua del escusado; hay más abajo del fregadero, en el horno, en la vitrina junto al Niño Dios, en la lavandería y hasta en la caja de arena del gato.

Pero fuimos bendecidos con el peculiar don de fingir demencial desmemoria, hacer como que hacemos y pretender que aquí no pasa nada. Tan buenos somos que invitamos al Presidente de la República y nadie, absolutamente nadie, menciona el incómodo asuntillo de las calacas por doquier.

Tenemos incluso la frescura, la desfachatez, el descaro y la poquísima m… vergüenza de recibirlo con carteleras espectaculares agradeciéndole por “la paz” en que vivimos: “Gracias, Peña” (Peña era el señor de las tortas en el Ateneo; yo pensé que la manera oficial de dirigirse al Ejecutivo Nacional era “Señor Presidente”, pero allá ellos). Y casi rematan el texto con “Gracias por los favores recibidos. Coahuila, un Estado donde no tenemos esqueletos en el armario”.

Lo cierto es que los ciudadanos no se sentían tan agraviados por la publicidad oficial desde el inicio del sexenio de Rubén Moreira y su eslogan de las sonrisas.

Pero entiendan, no sean necios, no sean cabezonas. No escribieron eso para ustedes, sino para darle el espaldarazo a una investidura presidencial muy disminuida, de parte de un Gobernador que ya no halla qué hacer con tanto pinche cadáver (otra vez, literal y metafórico) y que de esta manera expresa su enorme gratitud a un Gobierno Federal que no le conmina a rendir cuentas, lo que a su vez es el pago por haber impulsado con algo más que con porras la campaña presidencial (círculo perpetuo de corrupción).

La visita de Peña Nieto fue un éxito, hubo un par de eventos anodinos con discursos igual de insustanciales; la prensa no le cuestionó, sino que le pidió sacarse una selfie junto a su engominado copetazo y nadie tocó el incómodo tópico  de los esqueletos de uno y de otro.

Ya le digo, éxito rotundo.

Sólo por si no tiene sus cuentas al día, los esqueletos metafóricos de este cochino sexenio de 12 años son básicamente todos de índole financiera: megadeuda, pagos multimillonarios a empresas fantasmas, el desfalco Pérez Mata al Poder Judicial, adeudos vencidos a proveedores y los que me falten.

Pero los esqueletos en su acepción más literal allí están: Allende, Penal de Piedras Negras, La Laguna, hechos a los que nos podemos referir sin titubeos como genocidios, más todos los esqueletos que aguardan, no en un armario sino en incontables fosas diseminadas a lo largo y ancho de un Estado que fue apaciguado por el crimen, la corrupción y la impunidad; lo que es muy diferente a vivir en paz, como se presumió en ese afrentoso anuncio espectacular del que todos nos reímos hasta la indignación. Ojalá el Gobernador entienda esa sutil diferencia entre pacífico y apaciguado, eso y que los esqueletos en el armario, nunca dejan de hacer ruido.Calacas en el ropero