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La vida urbana detrás del concreto
Son la 17:00 horas y por la calle de Ramos Arizpe, como en el resto del centro histórico, el tráfico es un verdadero caos. Entre los claxons protestantes y los arrancones para presionar, varias personas se detienen a contemplar un fenómeno que sonó en un sector de la ciudad y generó intriga.
Se trataba de una publicación en la página de Facebook ‘Leyendas historias de Saltillo’ donde se mostraban cuatro fotos de las escaleras y se podía leer una historia que narraba como, por el trenazo, la familia que ocupaba la casa de la puerta alta entre Hidalgo y Allende había muerto trágicamente.
Según la historia tiempo después de haber sido abandonada, en la casa se aparecía una señora que supuestamente no podía irse porque tenía su oro escondido allí, para lo que ella misma empezó a convocar entidades miniatura para que la ayudaran a llevarse el tesoro de ahí y entonces, quién sabe quién, habría construido las mini escaleras.
La leyenda no se detuvo ahí, pues incluso asegura la publicación que desde que están ahí, cualquiera que las haya visto se había vuelto víctima de terribles pesadillas.
“Sí, yo sí creo que son para duendes”, mencionó una de las jovencitas que acudieron al sitio exclusivamente para ver las escaleras luego de la publicación, al igual que mucha gente, desde sus coches y sus camiones volteaban a ver y estiran el pescuezo para ver qué onda con la dichosa escalera.
No todos los visitantes fueron a ver por simple curiosidad pues alguno se encargó de destruirlas y dejar ahí los restos del delito.
En VANGUARDIA, nos reunimos con el autor anónimo el día que asistió a intervenir nuevamente su obra ya tocada por el imaginario colectivo, mientras las chicas de los duendes escuchaban entretenidas la historia del constructor y su verdadero propósito.
Se trata de ‘Cimbra: intervención desde el despojo’, proyecto artístico desarrollado por un comunicólogo en el Seminario de Producción Artística del Museo de las Artes Gráficas, donde con asesorías y un apoyo económico tan pequeño como las mismas mini esculturas arquitectónicas, él y otras personas produjeron sus ideas.
“Fueron tres meses y medio de trabajo y con la asesoría de algunos artistas más consagrados, te retroalimentaban y te ponían en conflicto. En total fue un grupo de 8 esculturas, y me imagino que enteros deben quedar unos tres, o al menos eso hasta ayer, porque quedan como vestigios, ya no es la original pero queda ahí un cachito”, dijo.
En la colonia República, en el Centro Histórico, en la carretera a Monterrey y en otros sitios de la ciudad, JV colocó estas instalaciones para mezclarse con los vestigios de la modernidad saltillense, donde predomina la cultura del reemplazo y surgen los sitios para sus obras.
“Me basé en lo que despertaba en mí cada lugar, eso no es necesariamente un discurso pues las 8 piezas funcionan por sí solas, pero es a la vez una reflexión sobre construir una ciudad sobre otra ciudad, con sus mismas armas, sus mismos materiales e intervenir las ciudades con asfalto y concreto, como lo que son”.
En realidad, las escaleras estuvieron intactas ahí durante cerca de 6 meses, pero no fue sino hasta el momento de la publicación alguien tomó una foto, inventó una historia, se difundió y ahora alguien las ‘intervino’, como él lo llama.
“Eso es lo que pasa con el espacio público, está vivo y es algo que está en constante movimiento, porque aunque sea de concreto la ciudad siempre está evolucionando, la gente pasa diferente, es como el lema de Borges en el que dice que ‘nadie baja dos veces al mismo río’, la ciudad parece constante, pero eso es sólo un engaño”, aseguró.
Sobre si esto es arte o no puede haber muchas discusiones, pero para él si se encuentra intrínseco un fenómeno artístico que no se puede ignorar.
“Estamos acostumbrados a considerar el arte como algo intocable, que está colgado con un clavo bajo una luz especial dentro de un museo, pero la verdad es que el arte también sucede acá afuera, en lugares como estos”.
Y es que si se le pregunta él se considera más un grafitero por lo que el método para construir sus esculturas fue muy parecido a cuando alguien se dispone a intervenir el espacio público con una lata de pintura en aerosol.
“Siempre he trabajado con el espacio urbano y el rollo del grafitero es que reaccionas ante lo que te pone la ciudad, es una estrategia porque a lo mejor si dices ok, aquí está esta pared blanca súper chida, pero por aquí pasa mucha gente, entonces mejor lo colocas en otro lugar”, explicó.
A final de cuentas lo mejor para él es provocar una reacción, pues lo peor que puede pasar (lejos de que destruyan su trabajo) es que nadie reaccione.
“La verdad al principio no tuvo el punch que yo esperaba pero la difusión le dio una segunda vuelta. Por un lado me da un poco de coraje, pero por el otro me pareció muy interesante haber provocado de esa manera a alguien”.
Las piezas fueron diseñadas para colocarse velozmente en los sitios tras hacer medidas y trabajar las esculturas en el taller, por lo que ninguna de las piezas dañadas será restaurada.
En las escaleras ya alguien dibujó una puertecita mientras que alguien más las destruyó parcialmente. A él, como artista, le queda responder colocando adiciones nuevas en respuesta a cada una de las alteraciones que la gente haga.