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Pintura por Nuestra Mercedes Murguía
Conocí a Mercedes Murguía –Nea, para los que la queremos- hace algunos meses, cuando trabajaba en una breve investigación sobre el Arte Contemporáneo en Coahuila. Había visto varias veces la exposición que exhibió el Centro Cultural Vito Alessio Robles y quedé deslumbrado ante la obra de una artista que, al tiempo que obedecía los preceptos de la tradición, imprimía en su obra un nuevo sentido de la representación plástica.
Escribí una reseña de la exposición; reseña que, por cierto, se extendió más de lo que hubiese pensado. Me di cuenta de que las alacenas y los bodegones son motivos tan misteriosos como el cuerpo humano o como la abstracción más reconcentrada que podamos enfrentar.
Quise entrevistar a Mercedes de inmediato, pues deseaba que el texto sobre su obra saliera acompañado de palabras suyas. Pedí a algunas personas de la galería que me permitieran establecer una conexión con ella. La artista aceptó, y acordamos vernos justo en el lugar en que se exhibía su obra.
Me sorprendió encontrarme con una mujer tan cálida, tan sonriente y tan dispuesta a la conversación. Eso era lo que quería: una charla más que una “entrevista”. Y aquello fue, precisamente, la plática de dos personas que parecían haberse conocido desde hacía años.
Porque Mercedes Murguía es así: no una pintora instalada en la hornacina del santón o de la vaca sagrada, sino una mujer que pinta con el talento de un duende. Eso es Mercedes: una mujer con duende, como diría García Lorca. No pretende descubrir el Mediterráneo del Arte ni derrumbar barreras estéticas: sólo pinta y lo hace con gran talento.
Todos sabemos que, desde Marcel Duchamp, las artes visuales entraron en una vorágine que ha agudizado la era digital. Muchos teóricos han decretado “la muerte del Arte”, como tantos otros han anunciado “la muerte del Teatro” o “la del Cine”. Tales investigadores parecen menos unos verdaderos pensadores del Arte que un puñado de empleados de pompas fúnebres.
Mercedes no pertenece a las generaciones que han hecho del Arte “VIP” –como lo llama Avelina Lésper- su hábitat. Ella prefiere, como Eloy Cerecero, como Emilio Abugarade, como Élfego Alor y otros más en Coahuila, continuar con una búsqueda que iniciaron los antiguos: el arte de la representación –hoy diríamos- “analógica”, por oposición a lo que, desde hace unas décadas, denominamos “electrónica”.
Ni el Video, ni la Instalación, ni el Performance atrajeron la atención de Mercedes Murguía, no por incapacidad o impericia, sino por fidelidad a una forma de expresión tan respetable como cualquier otra, siempre que esto de “cualquier otra” no constituya una estafa, tan frecuente entre quienes pretenden que las computadoras, los programas, las ocurrencias y la actual voraz mercadotecnia del arte son los nuevos hacedores de Arte.
Mercedes recrea, más allá o más acá de la tan traída y llevada mímesis aristotélica, lo que sus ojos observan. Pero en el viaje que va de la contemplación a la ejecución, la artista nos entrega otra naturaleza, otra realidad. En este mismo momento podemos ver una de sus obras en la exposición “Tres Generaciones”, que se exhibe en la Galería de la Secretaría de Cultura. Me refiero al óleo sobre tela “Regalo inolvidable”, del año 2006.
Unas cuantas prendas femeninas de vestir, un collar y una silla es todo lo que Mercedes necesita para pintar un cuadro extraordinario. Dibujo, composición y un gran sentido del color se resuelven en una imagen realmente inolvidable y poética. Ni brillo excesivo, ni inútil parafernalia: estos simples objetos nos brindan la presencia de una ausencia o, como diría Juan García Ponce, “la aparición de lo invisible”. El equivalente lírico de un cuadro como éste sería, me parece, un haikú, es decir, una instantánea, un fogonazo que queda para siempre impreso en el recuerdo.
No estamos ante una artista que pinta un falso folklore con el único objeto de vender a propios o a extraños, sino frente a una pintora que pinta, si esto es posible, el alma de un pueblo que se diluye en la necesidad y en la nostalgia; pinta un pasado pero también un empecinado presente. No vemos a la mujer que alguna vez pudo vestir esas prendas o lucir ese collar: vemos a todas las mujeres de México y acaso del mundo que o han sido borradas por la historia oficial o han desaparecido en el inextricable tráfago del tiempo. No está una mujer, pero ahí está la Mujer.
No hace otra cosa el arte contemporáneo, por muy sofisticadamente digital que se piense. Por su parte, El Video, la Instalación y el Performance siguen representando porque ése es el principio y el fin del Arte. ¿Se utilizan otros medios, otros recursos, otras técnicas? No importa: el Arte continúa representando/nos, lo mismo que, en su momento e incluso ahora, el expresionismo abstracto nos reflejó a su manera. ¿Quién, a estas alturas, podría negar que Jackson Pollok, Rothko y Motherwell cartografiaron nuestra desesperada sensibilidad? Después de todo, la geometría y la figuración -alógenas o digitales- están en nosotros desde el periodo paleolítico.
Mercedes Murguía y yo conversamos en un rincón del Vito Alessio Robles durante casi dos horas. Quise tener la precaución de grabar esa charla y también el buen tino de hablar lo menos posible, pues lo que importaba era su voz, su cuento, su narración. Fue tan generosa que antes de hablar de sí misma habló de otros, con respeto y gratitud. De Mario Herrera, por ejemplo, dijo que había sido uno de sus grandes maestros.
Por fin logré que hablara de sí misma, pero para entonces el tiempo se acababa para ambos, para ella y para mí, por desgracia. Acordamos un nuevo encuentro, “pero con un buen cafecito, ¿qué te parece?, un café de olla, ¿te gusta?”, me dijo sonriendo con una sonrisa que pareció encender más luces en las salas de exhibición. “Por supuesto”, contesté.
Espero verla pronto porque aquella vez casi todo se nos quedó en el tintero. Entonces tendrá que hablarme mucho más de sí misma, de su vida, de sus primeras incursiones en la pintura, de todo lo que quiera. Ya no nos detendremos en la sorpresa de conocernos; ya no me quedaré mudo ante la sorpresa de encontrarme con una mujer que no se parece a ninguna otra y que, encima, es una gran artista.
Mercedes tiene que superar este incidente de salud porque aún tiene mucho trabajo por hacer y porque muchos la queremos. El pintor Américo Pugliese, hijo de Nea, me ha dicho que la respuesta de los artistas saltillenses al llamado de su propuesta “Causa con Arte” lo ha dejado sorprendido. “Causa con Arte” es una actividad –una suerte de subasta- que deberá reunir los fondos necesarios para solventar los gastos que un problema de salud ha ocasionado en Mercedes.
No tengo el talento (si alguno tengo) para lanzar frases de “superación ´personal” y de “autoayuda”. Dejo ese trabajo a ciertos mercaderes cuyo nombre prefiero no mencionar. Pero debo confesar que me siento muy orgulloso de esta comunidad artística, cuya aportación ha sido abundante y desinteresada; me siento también conmovido ante el sentido de verdadera solidaridad que muchos artistas han mostrado. Américo me hizo llegar una lista de estos donantes, pero son tantos, que no sé si sea factible leerla.
Para terminar, debo añadir que hablo aquí no como un experto ni como un crítico de arte, pues no lo soy. Mi verdadera pasión siempre fue la poesía y el teatro, pero por mi muy querida Mercedes, por NEA, sería capaz hasta de hacer aquí y ahora mismo un atrevido performance…