Banderas
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¿Qué es lo que hace que alguien pertenezca a cierta ciudad? Puede ser una cuestión básica limitada a un dato insertado en el acta de nacimiento o, bien, puede ser algo un poco más complicado. Lo cierto es que no hay una sola opinión que coincida al 100 por ciento en lo que se refiere a esta cuestión.
1. Qué fácil sería zafarse de incómodas declaraciones patrioteras y declararse, así de simple, propiedad a otra persona como Lenny Kravitz. I Belong to You sería, pues, la perfecta declaración de pertenencia y de paso resuelve el asunto de la nacionalidad al prescindir de ella y, ya encarrerados, de toda simbología referente a la misma, como escudo, bandera, etcétera.
2. Hay conceptos más complicados y, al mismo tiempo, simples para aclarar la procedencia. En este caso, Guillem Martínez escribe en su cuento titulado “Uno es lo que come” que la bandera de cada persona es el delantal de su madre. Una idea bastante lógica si se inserta en el imaginario del gran sueño americano: lleno de casas amplias repletas de hijos, padres con sombrero a la Tom Landry y amas de casa consagradas exclusivamente a los límites territoriales de su hogar. No obstante, hace mucho que el delantal es un artículo con más valor ornamental que práctico. En lo personal, yo lo uso para seducir cuando invito a alguien a cenar a mi hogar, y dudo mucho (y no quisiera) que mis conquistas lo vieran como bandera.
3. Mi enseña (si tuviera que elegir una) sería algo tan arbitrario como el primer recuerdo de mi adolescencia que me viniera a la mente. Hace varios meses que tengo la tonta idea de tatuarme la icónica imagen noventera de Taz y Bugs Bunny, caracterizados como Kris Kross, la cual se popularizó hasta la náusea en aquella época e incluso hoy en día le rinden culto algunos choferes del transporte urbano.
4. Sin embargo, una insignia requiere mayor formalidad. Por tal motivo, ahora que estoy armando un equipo de futbol con uno de mis mejores amigos, hicimos una pausa especial cuando llegamos al asunto del escudo que nuestra escuadra portará a la altura del corazón. De esta manera, posterior al bautizo y la selección de colores en la que le rendimos tributo al club de futbol más punk del mundo, el FC St. Pauli, optamos por una tipografía con reminiscencias medievales, pero que al mismo tiempo aludiera al estilo cholo. Simple. Les presentamos a Acémila Futbol, próximamente en su campo de futbol siete más cercano.
5. El balompié en una tierra dominada históricamente por beisbolistas ya es, en sí, un acto de resistencia. No obstante, a mí lo que me atrae de jugar futbol en Saltillo es el clima y sobre todo la posibilidad de hacerlo en invierno, cuando los bancos de niebla convierten cualquier balón en una bala perdida dirigida al arco que yo defiendo. Repaso a Nabokov o a Camus y me imagino (en una escala mucho menor, obviamente) siendo parte de ese panteón de guardametas que combinan la fiereza de los mano a manos tras balones perdidos con los hiatos prolongados bajo los tres marcos; ese terreno tan fértil para las divagaciones filosóficas. Sí, jugar aquí es una delicia.
6. Pero finalmente, lo que me hace sentir saltillense es el sentido del presente. Así, de la misma manera en la que soy profunda e irreductiblemente monclovense los fines de semana que visito a mis padres o así como me declaré chilango durante casi seis años, ahora soy parte de esta ciudad. La permanencia no es lo mío, cierto. Por eso me declaro siervo de la tierra que piso el tiempo que me toque estar sobre ella. Y (de nuevo) aunque la perpetuidad no es lo mío, me permito unas palabras de Damien Jurado para ejemplificar mejor mi caso y que sea mejor el tiempo el que lleve la batuta de mi rumbo. “I am still here and going nowhere”.