Concachampions: una mentira competitiva
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Concachampions: una mentira competitiva
El único atractivo de la Concachampions es el premio final. Incluso, la clasificación al Mundial de Clubes suele cobrar más trascendencia que el título conseguido para acceder a dicho beneficio.
La CONCACAF Liga de Campeones es un torneo que ofrece muchísimas singularidades y una de las fases de grupos más asimétricas que pueda tener una competencia continental actual. Es un certamen que está de relleno en el calendario y es más una obligación que una obsesión para los clubes importantes que la juegan.
En la Concachampions participan muchos equipos, pero el trono le corresponde a unos pocos. Los clubes mexicanos, a la larga, imponen su poderío.
Es un torneo donde no existen las equivalencias y mandan las jerarquías. Donde el futbol silvestre, amateur y menos decorado se mezcla con uno más mediático y profesionalizado. Es mentira que todos compiten por el título. La mayoría se conforma con participar en una experiencia desafiante, pero vacía.
La brecha entre los mejores y los demás suele ser escandalosa, y cada vez más la tendencia viaja hacia una acentuación de las diferencias.
Entre Rayados, Tigres, Pachuca y Pumas debería estar uno o los dos finalistas. A menos que se cuele algún equipo estadounidense o centroamericano para dar la nota, aunque estas excepciones son muy infrecuentes.
La Concachampions, para efectos prácticos, es un engaño competitivo donde los equipos mexicanos, con planteles más largos y ricos, prefieren arriesgarse con alineaciones alternativas para sobrellevar las etapas hasta las instancias más decentes del torneo.
Sin embargo, ganar este campeonato internacional, dentro de todo lo cuestionable, también viste. A Rayados le ha servido, por ejemplo, para llenar de estrellas doradas su camiseta. Fueron tres títulos en fila (2010-2013) que lo proyectaron al mundo en la estridente época de Suazo y Vucetich.
Regresar al torneo representa mucho para el Monterrey. Quizás se antoje difícil emular aquella seguidilla de consagraciones, pero la Conchampions le trae a la memoria recuerdos imborrables que deberían estimularlo.
No se sabe si este equipo de Mohamed dará el ancho para trascender más allá de la Liga, pero la historia le exige tomar en serio la doble competencia.
La misma historia que le pide a Tigres apostar a un título a otros niveles. El cuadro de Ferretti se quedó en la puerta en las dos últimas Finales internacionales y la deuda que trae en su mochila es demasiado pesada.
Para Tigres ya es momento de dar el salto y dejarse de amenazas. Debería entrarle de lleno a la Concachampions como señal de querer vengarse de sus fracasos y comenzar a buscar esa grandeza que aún no completa en el formulario.
Tigres será grande cuando su ambición sea ilimitada y sea capaz de sostenerse con protagonismo y logros en todos los frentes. Contratar a más y mejores jugadores no lo hace todopoderoso, al contrario, lo obliga a justificar su riqueza y capitalizar otros propósitos lejos de la Liga.
La Concachampions, pese a ser una farsa competitiva, no debería representar sólo un destino casual para los equipos regios, sino una plataforma de despegue para alejarse de lo casero y convencional.
Rayados ya sabe de qué se trata y está ante su oportunidad de salir del ostracismo. Tigres, por su parte, debería buscar ese brinco que le dé mayor credibilidad a sus propósitos deportivos por encima del negocio.