Diversas lecturas a la Ley 3 de 3

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Diversas lecturas a la Ley 3 de 3

La gestación, trámite y situación en la que se encuentra la llamada “Ley 3 de 3” debiera ser, en su conjunto, una enriquecedora lección sobre participación ciudadana, élites, estrategias electorales y un largo etcétera. A fuerza de repetir los mensajes que llegan desde el centro o por fobias muy específicas, mucho de esto se ha quedado sin la reflexión que merece. Aquí va el intento. 

La narrativa dominante sobre la iniciativa se enfocó en la copiosa participación ciudadana, las miles de firmas que logró reunir. La iniciativa, entonces y de acuerdo con esta aproximación, expresa un malestar generalizado contra la corrupción política. 

Otras lecturas menos exploradas, en lo necesario para recabar esas firmas. 

Todo el esfuerzo se sostuvo en una columna triple: el empresariado, algunas organizaciones de la sociedad civil especializadas en el tema, universidades privadas.  En varios lugares alguno que otro voluntario, creyente. Pero la coordinación y los costos (que los hubo, y no solo económicos) fueron absorbidos por esta triada. Las miles de firmas expresan algún tipo de participación, sin duda. Pero la más interesante, según me parece, es la que se tradujo en una capacidad demostrada. Si “mostrar músculo” era la intención: misión cumplida. 

Aún concediendo la existencia de un malhumor social generalizado (por usar la expresión presidencial), cuenta bastante quiénes se pudieran sentar a la mesa para acordar, repartir tareas, darle seguimiento. 

Con la narrativa dominante, aquello de que la iniciativa refleja y recoge la voluntad popular. Frente a esto, las voces críticas han sido minoría tímida: ¿cómo enfrentarse contra un documento bien desarrollado, avalado por miles de firmas? 

Hay, sin embargo, un matiz: un sentimiento general en contra de corrupción no es equivalente al apoyo irrestricto de todos los puntos y las comas de cualquier documento; más aún: cabría la posibilidad de que algunas, muchas, de esas firmas estuvieran apoyando la idea general y no un texto de cabo a rabo. Es especulación de mi parte, pero ¿y si más que una reflexión, quien firmó estuvo motivado por una campaña propagandística? Ahí lo dejo. 

Esta situación (perdón, no encuentro otra palabra) se radicalizó en el tiempo. 

Cuando (por fin) comenzó a discutirse en el Senado el texto presentado, a la narrativa dominante se le sumó una línea: quien quiera moverle al texto presentado, estará actuando en contra de la voluntad de miles. 

Perdón, pero las iniciativas se discuten… Y modificarlas no es algo raro. En Coahuila y otros estados, esto pudiera no entenderse (lo que presenta el Ejecutivo pasa tal cual); pero donde hay contrapesos, es saludable. Un texto aprobado con sus puntos y sus comas, sin importar su origen, es una imposición.   

Lo sucedido después de las decisiones en el Senado, es la locura. 

Un primer maremoto informativo sostuvo que el PRI había detenido la iniciativa: resultó falso, pero no se salvaron de ser tachados de traidores a la patria. Un segundo maremoto, advertía el “madruguete” en el uso de los formatos para las declaraciones, otra falsedad: el trabajo previo en Comisiones fue en otro sentido. Un tercer maremoto, generó desde los inconformes, la exigencia del veto presidencial.

¿En qué vamos? A escena, de nuevo, el empresariado. 

Para ellos, la reunión con el Presidente; la sociedad civil festeja, pero no se les vio en la misma mesa. Por el empresariado, el veto: y no necesariamente por lo de los formatos. Ahí vamos.

A fuerza de repetir los mensajes que llegan desde el centro, mucho se ha quedado sin la reflexión que merece.