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El Hijo del Santo pasa de luchador a dramaturgo
México.- Subir a un ring representa un acto temerario. Entre las paredes de tres cuerdas, los combatientes —conscientes de que cada pelea podría convertirse en la última— abandonan toda misericordia. Nunca se sabe si, después de tres caídas, un luchador podrá reanudar su vida en el punto donde la suspendió antes de saltar al cuadrilátero. La euforia que suscita mirar a esos gladiadores enmascarados sólo compite con la curiosidad de saber qué rostro se esconde debajo de esos trozos de tela.
Heredero de una de las máximas leyendas del deporte nacional, el Hijo del Santo aprendió desde muy joven a enfrentar las vicisitudes del anonimato. Sobre sus hombros carga la responsabilidad de sostener la reputación de su padre. Los años le enseñaron que la máscara puede llegar a convertirse en su relación más exigente.
En un instante climático de su carrera deportiva, se sorprendió encarnando a dos personas: por un lado, al continuador de un linaje monumental, el luchador que, a pesar de la buena o la mala fortuna, debe parecer estoico sobre el cuadrilátero; por otro, al hombre común —el señor Guzmán, como se sabe que lo llaman cuando no usa máscara—, el mismo que debe hacer fila en los bancos y al que nadie se le acercaría para pedirle una foto.
Agobiado por esa contradicción, el Hijo del Santo se mudó del ring al escenario para combatir a un oponente más indescifrable que cualquier rudo al que haya enfrentado: él mismo. En la obra de teatro El hijo del Santo sin máscara —escrita por él mismo— el luchador confronta, en una lucha contra sus propios demonios, a los dos rostros que lo constituyen.
El señor Guzmán, harto de sacrificar su vida personal por cumplir con los compromisos profesionales del enmascarado, le recrimina su egocentrismo, su ambición por alimentar a la figura del Santo a cualquier precio. Éste, por su parte, alega que sin él, el señor Guzmán sería un desconocido más, un alter ego necesario sólo para portar la máscara. Ese conflicto de identidad se resume en una pieza teatral que, a diferencia de la lucha libre, sí tiene límite de tiempo. En poco más de 20 minutos, el Hijo del Santo recrea el instante en que debe decidir si renunia o no a la máscara plateada. ¿Qué impulsó al Hijo del Santo a incursionar en la dramaturgia? Ése es un enigma más simple de responder.
“Siempre he vivido cuidando celosamente mi rostro a través de la máscara, porque fue lo que aprendí de niño a través de mi papá. Cuando heredé la máscara me comprometí a cuidarla igual que él. Pero con el tiempo me di cuenta de que la vida no es tan fácil cuando se es enmascarado, porque he tenido que sacrificar mi vida familiar o personal por la máscara".
—¿Cómo lidió el Hijo del Santo con los sentimientos reprimidos del señor Guzmán?
"Muchos años tomé terapia Gestalt para resolver muchos temas de mi vida personal. Cuando me di cuenta de que había un conflicto entre el señor Guzmán y el Hijo del Santo, reproches internos, me recomendaron hacer un ejercicio que consistió en escribir una carta, fue una especie de catarsis".
Al contrario de lo que suele recomendarse a los pacientes en terapia, el hijo del Santo no quemó o rompió esa carta, sino que la guardó con la esperanza de que, en algún momento, pudiera covertirse en algo más.
—¿En qué momento aquel ejercicio adquirió la forma de una pieza dramática?
"Yo había tenido la oportunidad de conocer el Teatro en corto como espectador. Vi algunas obras y me sorprendió cómo una historia, donde casi tocas a los actores y te vuelves parte de ellos, te puede atrapar en 15 minutos".
Entusiasmado por el material que tenía entre sus manos, el luchador recurrió a Gabriel Obregón, su productora. Le contó la historia y le pidió que imaginara aquel relato en el formato de Teatro en corto. Juntos, con la colaboración del director Jorge Ríos Villanueva, le dieron forma al espectáculo.
—¿Cuál es el público más difícil, el de la lucha o el del teatro?
"Si estar en un ring con el público cerca es difícil, hacer teatro de esa manera es todavía más complicado. Lo pensé mucho, porque yo no me considero actor, pero desde niño he estado ligado al cine. A los siete hice mi primera película, hice televisión con mi papá. Mi papá me enseñó a creer siempre en mí. En el ring nadie me dice cómo luchar, pero yo sabía que aquí no estaba en el ring, así que tuve que aprender a escuchar y a aceptar las críticas".
La máscara es inmortal, los luchadores no.
Acostumbrado a dejar el corazón en el cuadrilátero, el luchador confiesa que enfrentar a su alter ego sobre el escenario le ha hecho reflexionar sobre el momento del retiro.
"He llorado varias veces durante la obra. Hay un momento en el que el señor Guzmán me dice que está dispuesto a dejar la máscara. Ese momento me provoca un sentimiento de tristeza, de nostalgia, porque llegará un momento en que el Hijo del Santo ya no podrá ser el mismo en el ring. La obra es una manera de despedirme de la máscara".
El hijo del Santo sin máscara forma parte de la cartelera de Teatro en corto, que se presenta de jueves a domingo en Yosemite 40, colonia Nápoles (entre Insurgentes Sur y Dakota)