José Lezama Lima (1910-1976) “Paradiso”: La Imagen en Fuga II

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José Lezama Lima (1910-1976) “Paradiso”: La Imagen en Fuga II

‘Paradiso’ es la primera novela del cubano José Lezama Lima (1910-1976), y es considerada ‘una estación de su poética’
En homenaje al país invitado y a los 50 años de una de sus más grandes novelas
Javier Treviño entrega la segunda parte de su tributo a la obra de José Lezama Lima

Lo importante de una novela como “Paradiso”, del cubano José Lezama Lima, no es precisamente la anécdota, como sucede en innumerables novelas de indiscutible calidad. Pensemos en “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert; en “Guerra y paz”, de León Tolstoi; en “Doktor Faustus”, de Thomas Mann; o en “El obsceno pájaro de la noche”, para citar a uno de los nuestros, el chileno José Donoso.

En otras historias la acción, la trama, es aún más importante. Pensemos en las novelas de horror –“Drácula”, de Bram Stoker-, en las de aventuras –“La isla del tesoro”, de R. L. Stevenson; “El conde de Montecristo”, de A. Dumas- o en las detectivescas –“El juego de Ripley”, de Patricia Highsmith- para sólo mencionar algunos géneros.

En “Paradiso” la trama sólo es importante en la medida en que cumple con dos requisitos impuestos por el poeta: cuenta una saga familiar y ofrece la posibilidad de entrever la multiplicidad, acaso la simultaneidad, del flujo del Tiempo. El resto es lenguaje; lenguaje desbordado, exuberante y vertiginoso.

“Cemí” es palabra taína, una de las culturas originarias reconocidas en Cuba a la llegada de Colón. Los cemíes son ídolos modelados en barro o tallados en concha o en piedra, que representaban a sus dioses.
Remedios Mataix en 'Paradiso y Oppiano Licario: Una guía de lectura'

Desde el principio –“La mano de Baldovina separó los tules de la entrada del mosquitero…”- hasta el final –“Repasaba Oppiano Licario la fija diversidad de los otoños que habían bailado a lo largo de su espina dorsal…”- y a través de XIV largos y apretados capítulos, la novela de Lezama Lima sigue cauces inesperados por el lector, se detiene en alguna anécdota aparentemente intrascendente, se refocila en la descripción de un objeto o de un ambiente y continúa hacia un destino que sólo el narrador conoce.

Ese destino da un vuelco, nos trastorna y nos hace caer después en una historia que es y ya no es la misma, porque ahora vemos a José Cemí de otro modo y porque esa lección ha quedado en nosotros para siempre: el suceder del Tiempo, la apariencia, la fijeza son virtuales. Todo es en la realidad un acontecer sin tiempo, sin espacio, sin orillas; pero todo es, también, convención.

Órfico al fin y al cabo, hermético en ambos sentidos, Lezama Lima escribe un libro que, como el de Proust, no es stricto sensu una novela sino una confesión y una iniciación, una confesión iniciática. Al contarnos una parte de su vida, Lezama nos entrega la clave de un “sistema poético”, y para un hombre como él, la poesía es el origen y el “telos” [la causa final] de la vida.

El padre de José Cemí, el coronel José Eugenio Cemí, dice a Oppiano Licario en su lecho de muerte: “Tengo un hijo, conózcalo, procure enseñarle algo de lo que usted ha aprendido viajando, sufriendo, leyendo…” (ERA, Cap. VI, p. 166). Y eso es lo que hará ese personaje de nombre tan enigmático y de presencia tan ubicua en la novela.

Oppiano Licario aparecerá en algunos momentos cruciales de la historia. Y será para José Cemí una suerte de mentor no sólo espiritual sino también intelectual y moral. Pero esta relación no es narrada en la novela. Después del vuelco cronológico que sufrimos en el Capítulo XII sólo sabremos que entre este personaje órfico y el joven Cemí el momento de la iniciación ha dado inicio: “Ritmo hesicástico. Podemos empezar…”

Con mucha razón Lezama Lima escribió lo que pensó que sería la continuación de “Paradiso”, el relato de esa iniciación, al que llamó justamente “Oppiano Licario” y que se publicó de manera póstuma. Si José Cemí es el propio Lezama de la infancia y la adolescencia, Licario parece ser el otro Lezama, el que espera a aquel muchacho –a Cemí- en la otra orilla. Ambos personajes guardan un gran parecido con el autor que los escribe: son él mismo en distintos momentos de su vida.

Uno de los aspectos que escandalizó a las buenas conciencias de los años 60 fue la carga erótica de la novela, especialmente la homoerótica. En “Paradiso” todo es exuberante: el lenguaje, la imagen, la atmósfera, la descripción, el discurso de cada uno de los personajes y, por supuesto, el erotismo. Para algunos lectores acaso resulte incómoda –aún- la majestuosa aparición de vergas descomunales que, como el aire excitado en el romance de García Lorca, arremeten contra todo lo que se mueve.

El triángulo amistoso que componen Cemí, Fronesis y Foción –condiscípulos en la Universidad- se ha convertido desde hace décadas en santo y seña para cierta sociedad no tan secreta y la inverosímil dotación genital de Leregas y Farraluque baña con su densa espuma muchas páginas de este libro cuyo erudito erotismo sólo puede dejar indiferente a un despistado:

“El dolem fálico de Leregas aquella mañana imantó con más decisión la ceñida curiosidad de aquellos peregrinos inmóviles en torno a aquel dios Término, que mostraba su desmesura priápica, pero sin ninguna socarronería ni podrida sonrisilla. Inclusive aumentó la habitual monotonía de su sexual tensión, colocando sobre la verga tres libros en octavo mayor, que se movían como tortugas presionadas por la fuerza expansiva de una fumarola. Remedaban una fábula hindú sobre el origen de los mundos…” (”Paradiso”, edición crítica de Cintio Vitier, UNESCO, México, 1988).

En la Introducción a la edición crítica que Eloísa Lezama Lima había hecho para la editorial española Cátedra (2012), la hermana del poeta quiere disimular, inútilmente, el ardor de esta hirviente sensualidad; matiza y difumina, acaso por un comprensible pudor familiar, este pulposo y voraz erotismo, tan carnal como intelectual y verbal, hay que decirlo. ¿Cómo evitar la rememoración de Proust, aunque esta alusión tanto molestara al propio Lezama?

El poeta cubano construye un sistema poético en el que la sexualidad –de cualquier índole- es una parte medular de su poética, y más aún, de toda “poiesis”. La Creación misma es erótica en el sentido más pleno de la palabra: germina y vive gracias al erotismo; gracias a esa fuerza anímica y cósmica que la mueve y la hace consciente de su gozosa permanencia en el mundo. Cemí, Fronesis y Foción sostienen densas conversaciones en torno de este tema y de otros igualmente apasionantes.

La homosexualidad, por cierto, es desplazada en dichos coloquios, aludiendo a su infecundidad. Y es precisamente José Cemí –alter ego de Lezama Lima- quien teoriza el asunto a partir de ideas pitagóricas, platónicas y neoplatónicas. Aquí traigo a cuento unas líneas de la investigadora argentina María Guadalupe Silva, quien estudia el tema en su ensayo “Del cuerpo a la palabra: acerca de la homosexualidad en Paradiso”. Pido disculpas por la extensión de esta cita, pero la considero necesaria:

“Es obvio que la escritura del texto —el plano, para decirlo con Barthes, de su compromiso— hace ostensible su orientación homosexual. Pero también es evidente que este compromiso del deseo en la escritura le es incómodo, como si el texto quisiera hacer visible su inflexión homosexual al tiempo que, a manera de máscara protectora, también tuviese que dejar constancia del peso que dicha inflexión supone. Se trata, como dice Daniel Balderston, de un “secreto abierto”, en el que la audacia y la incomodidad se combinan en un elusivo laberinto barroco. Acaso esto no pudo ser de otro modo si se piensa, por un lado, en el límite que imponía la política cultural del gobierno cubano hacia mediados de la década del sesenta, pero sobre todo, y más decisivamente, si se considera el perfil ideológico del grupo del que provenía Lezama Lima, cuyo sentido del decoro estuvo muy ligado a la recuperación de la herencia hispánica y católica. No debió ser fácil entonces para él instalar esta cuestión en el seno de una novela con evidentes trazos autobiográficos. Pese a que le dedica una significativa cantidad de páginas, parecería que el tema se le desborda y termina por escapársele de las manos. También para el lector tal combinación de pudor y osadía, provocación y voluntad moderadora, comporta un desafío. Porque si bien es evidente que en Paradiso el tema de la homosexualidad quiere hacerse presente, tanto en el plano de la ficción como en el de las argumentaciones, lo que no resulta claro es el sentido que se pretende dar al asunto, en especial si se toma en cuenta que la misma ficción plantea este asunto en los términos de un problema: una quaestio a resolver.” (“Cuadernos Americanos”, núm. 125, Buenos Aires, 2008).

Por lo demás, hay que advertir que el erotismo y la homosexualidad aparecen sólo como dos caras más del poliedro que es “Paradiso”. Del mismo modo que la sensualidad y la inversión sexual, también la muerte y el pequeño cosmos familiar –el entorno placentario- son parte de esta summa lírico-narrativa que abarca un mundo y, de paso, permea una brillante época de la cultura cubana. Pero todo se resuelve o converge en un delta: el magno conocimiento que para Lezama y para muchos de nosotros supone la poesía.

Al curioso nacional gustará saber que México ocupa un lugar importante en esta novela; México y su misterio, que Lezama supo penetrar como pocos. Léase el Capítulo II: en él, el poeta recrea las sensaciones que su estancia en nuestro país le provocó. Y su recreación se inserta en el relato como una estampida de imágenes ctónicas que se propaga más allá del deslumbramiento y del tiempo “lógico” de la narración.

A otros curiosos convendrá leer, si no lo ha hecho ya, lo que Julio Cortázar y Octavio Paz escribieron, muy tempranamente, acerca de “Paradiso” y de la poesía de este chamán de la “imago”; también sabrán ver una adaptación cinematográfica -¡cubana!- de esta novela: “El viajero inmóvil”, que Tomás Piard realizó el año 2008, disponible en Youtube.

En el “almuerzo lezamiano” que en “Fresa y Chocolate” Diego ofrece al joven David, aquél dice a éste, en un tono de ritual coquetería mientras extiende hacia él un plato que contiene, como en la novela, unas láminas de pavo bañadas en salsa de almendras y ciruelas: “Estás asistiendo, guapo mozo, al almuerzo familiar que ofrece doña Augusta en las páginas de “Paradiso”, la más gloriosa novela que se escribiera jamás en esta isla.” Luego, dándole el libro del poeta, añade con una exquisitez sólo asequible a alguien como Diego: “Capítulo séptimo, edición cubana. Después de esto podrás decir que formas parte de la cofradía de los adoradores del Maestro, faltándote tan sólo el conocimiento de su obra. Es un regalo. Tiene la firma inconfundible de su autor.” (Hacia el minuto 90 de la película, aproximadamente).