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A cinco años de la muerte de Bin Laden, el EI es el protagonista
Barack Obama aparecía sentado al fondo a la izquierda, mirando fijamente a la pantalla junto a un militar, mientras Hillary Clinton se tapaba la boca en medio de la tensión. Esa imagen tomada en la Casa Blanca hizo historia: era el momento en el que Estados Unidos abatía a su enemigo número uno, el instante del 2 de mayo de 2011 (hora paquistaní) en el que los Navy Seals mataban a Osama bin Laden en su escondite de Pakistán.
Con la eliminación de Bin Laden, de 53 años, Obama conseguía poner punto final a la "guerra contra el terrorismo" iniciada por su predecesor, George W. Bush. A la vez, suponía el comienzo de un nuevo tipo de guerra antiterrorista, más cibernética y "menos Guantánamo", o como el propio presidente definió: "una guerra más justa".
Para Obama, la victoria contra el terrorista más buscado del mundo, por el que se había ofrecido una recompensa de 25 millones de dólares, se convirtió en uno de los mayores éxitos de su presidencia.
La guerra contra el terrorismo había comenzado diez años antes, inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 orquestados por Bin Laden. La muerte del líder de Al Qaeda debilitó la estructura y la motivación de la organización terrorista y calmó, al menos en parte, la sed de venganza de los estadounidenses por los casi 3,000 muertos de las Torres Gemelas.
Sin embargo, el terrorismo se ha visto favorecido desde entonces por el caos en Irak -provocado en parte por Estados Unidos-, los desequilibrios en Cercano Oriente y la turbia situación en Afganistán y Pakistán. En Irak surgió el Estado Islámico (EI), más brutal, despiadado y decidido que Al Qaeda.
Según el Índice de Terrorismo Global, en 2014 murieron más de 32.000 personas en ataques terroristas, la mitad de ellas a manos del EI y de Boko Haram. La mayor parte de los ataques fueron perpetrados por yihadistas y la mayoría de las víctimas son musulmanas. A pesar de atentados como los de París y Bruselas, sólo un tres por ciento del terrorismo islámico tiene lugar en paíes occidentales. No hay nada que los yihadistas odien más que a los musulmanes que se congracian con Occidente.
Respecto a la orden de disparar contra Bin Laden, supuestamente dada por el Navy Seal Robert O'Neill, todavía hoy hay controversia. Estados Unidos entró en un país extranjero y mató a un hombre sin contar con una base legal. Muchos líderes mundiales saludaron la medida, pero los defensores de los derechos humanos no tanto.
El Ejército estadounidense se deshizo rápidamente del cadáver tirándolo al mar, para evitar que los seguidores de Bin Laden tuviesen un lugar en el que idolatrarlo.
No es raro que rápidamente surgieran teorías conspiratorias respecto a la operación. La más conocida de ellas es la del periodista de investigación Seymour Hersh, ganador de un premio Pulitzer. En su opinión, Bin Laden, que como joven muyahidín luchó contra la URSS y tenía contactos con los servicios secretos paquistaníes, se ocultó durante cinco años en su escondite del bastión militar de Abbotabad a sabiendas de los agentes de Pakistán y de Estados Unidos.
Según la Casa Blanca, los Seals tuvieron que abrirse paso a disparos hasta llegar a Bin Laden, quien habría usado a una de sus mujeres como escudo humano. Lograron llegar hasta el lugar gracias a los correos del terrorista. Según Hersh, que cita a militares estadounidenses retirados, se trata de una historia inventada.
Tampo en Pakistán está muy claro lo que ocurrió aquella noche. A muchos paquistaníes no les resulta increíble la teoría de Hersh sobre una participación del Gobierno de su país. ¿Cómo pudieron los estadounidenses entrar en Abottabad, corazón de las fuerzas militares paquistaníes, sin que lo supiesen ni el Ejército ni los servicios secretos?
Desde entonces se ha disipado la ira de la nación paquistaní por el "arrogante asalto a un país soberano", como se denunció entonces. Las tensas relaciones que había antes del episodio entre Islamabad y Washington han llegado incluso a mejorar, algo que pacía imposible hace cinco años.
Desde 2001 había aumentado el odio paquistaní hacia Occidente, especialmente hacia Estados Unidos y por parte de los sectores más religiosos. Cuando Washington lanzó su operación en Afganistán, miles de paquistaníes salieron o fueron obligados a salir a manifestarse a las calles.
Los religiosos ultraconservadores y los extremistas, entre ellos Al Qaeda, se beneficiaron enormemente de esa situación en los años siguientes. Pakistán se convirtió en el "núcleo" del aparato de Al Qaeda y de la lucha contra la "ocupación" estadounidense en Afganistán, pero también contra los Gobiernos afgano y paquistaní.
Al Qaeda vivía prácticamente en simbiosis con los talibanes paquistaníes (TTP) y otros grupos extremistas del país. En la mayor parte de las operaciones de Al Qaeda participaban combatientes de los TTP, la red Haqqani o el Movimiento Islámico de Uzbekistán.
Pero Estados Unidos inició una guerra de drones contra Al Qaeda y sus aliados locales. En 2010, un año antes de la muerte de Bin Laden, Washington lanzó casi 130 ataques aéreos, en los que murieron combatientes y líderes de los TTP y Al Qaeda. La estructura y la capacidad de maniobra de la organización terrorista sufrió duros golpes, al que se unió la desaparición de su líder.
Según los expertos, a día de hoy Al Qaeda es más un mito que una realidad en Pakistán. El trabajo que inició Estados Unidos con sus ataques de drones y la muerte de Bin Laden lo han continuado las fuerzas paquistaníes con sus ofensivas. Y estas se intensificaron aún más después de que los TTP matasen a más de 130 niños en el ataque contra una escuela a finales de 2014.
Aunque la herencia de Bin Laden sigue activa en Pakistán y Afganistán, los combatientes del EI han acaparado la atención mundial. Las decapitaciones grabadas y los atentados en capitales europeas han hecho de Estado Islámico la nueva voz del terror.