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La migración no es un camino para cobardes: joven migrante
José Henry es la primera vez que sale de casa solo, que viaja solo, que se rifa la vida solo. Salió un domingo de marzo de su casa ubicada en Puerto Cortés —una localidad al norte de Honduras que depende de San Pedro Sula, la ciudad más grande de ese país—, no quería estar más allá porque tiene miedo.
Donde vive, las pandillas matan por un par de bolsas de comida, acuchillan por un celular, son capaces de dejarte hasta sin zapatos, como dejaron a su hermano Juan Carlos hace un año y medio, al que no le perdonaron la vida ni por ser pastor de la Iglesia. Vivir en Honduras es el infierno encarnado en la tierra.
Apenas el 8 de enero cumplió 17 años, aunque por su 1.50 metros de estatura podría confundirse con un jovencito de 15. José Henry es aguerrido, trabajador y no tiene sueños, sino metas. La suya es convertirse en profesor, aunque sólo haya terminado de estudiar la primaria.
“Nunca me gustaron las matemáticas, siempre batallé con los números. Prefería las ciencias naturales, las plantas, la agricultura, la tierra y los animales”, cuenta José Henry.
Con el tiempo, Henry ha aprendido a amar lo que le da de comer, por eso desde que salió de la primaria se ha dedicado a ayudar a su papá en una pequeña granja con gallinas, cerdos y vacas. En las tierras también cosechan frijol, maíz y café. Él, como el más pequeño de los 3 hermanos, pone el ejemplo a Paola y Alex, de 22 y 28 años.
Pero José Henry ya se cansó de labrar, sembrar y cosechar. Quiere más y se arriesga por los suyos, por algo diferente que lo haga permanecer. Quiere vivir lejos de Puerto Cortés porque la delincuencia, como en México, no termina.
“Uno siempre en la vida tiene que elegir una oportunidad y pienso que esta es la mía. Por eso decidí partir de mi tierra, porque allá es tremenda la delincuencia. Decidí salir de mi casa y es tremendo dejar abandonados a los padres, pero cuando uno quiere lograr una meta no hay nada que lo detenga”, expresa José Henry.
“¿Cuál es la tuya?”, se le pregunta.
“Primero Dios pienso en lograr algo en mi futuro, tal vez algo que haga falta mi país, me gustaría ser profesor y ayudarles a mis padres”.
José Henry cuando habla junta las yemas de los dedos de ambas manos y reafirma una y otra vez que él no salió por tener problemas con sus padres o hermanos, sino por buscar un mejor futuro para ellos.
“Ellos siempre nos han acostumbrado a una vida, aunque pobremente, siempre fue una vida bonita, sin problemas”, explica.
OBEDECE SU INSTINTO
Cuando José Henry platicó con sus padres sobre su decisión de viajar a Estados Unidos le pidieron que no lo hiciera. Que era muy pequeño para andarse solo en los caminos donde dominan las pandillas como los Maras Salvatruchas o como cualquier cártel de la delincuencia organizada. Pero el muchacho no hizo caso, obedeció a su instinto de buscar un mejor lugar para vivir y se despidió.
“Platiqué con ellos pero no estaban de acuerdo, porque es un camino en el que puedes regresar en vida o muerto. Se sufre bastante, sobre todo en estos caminos, pero siempre tiene que pasar alguna vez”, dice.
La razón para huir de Puerto Cortés no sólo era la delincuencia, sino el desempleo, porque en su tierra “sólo tiene el que ha estudiado mucho” y él —como sus hermanos— apenas terminó la primaria.
“En el estudio es linda la vida, yo siempre fui muy estudioso y mis padres siempre me decían: ‘hijo tienes que hacer esto’ y ahora que los recuerdo siento que me van a hacer falta para que me sigan diciendo las cosas personalmente”, expresa José Henry.
En Honduras, la gente puede estar dispuesta a matar por cualquier cosa. En estos días la prensa hondureña reportó que varios hombres que habían subido a un camión que se dirigía a Puerto Cortés bajaron a los pasajeros y le prendieron fuego, porque el chofer no había pagado la cuota por derecho de piso.
El sábado pasado también fue asesinada una anciana de 70 años en su domicilio y las autoridades sospechan que el móvil del homicidio fue para robarle un par de cerditos que ella criaba en su casa.
Han pasado poco más de 50 días que José Henry tiene contados desde que salió de su casa y echó a su mochila 2 cambios de ropa y un par de tenis. No llevó más cosas para aligerar el camino, después de todo, las metas ocupan espacio en la mente y en el corazón, no en la maleta.
Pero el gusto de haber echado su ropa en la mochila no le duró mucho, porque en el camino lo asaltaron y lo dejaron hasta sin zapatos.
“Al dejarnos sin nada, quisieron unos entregarse a migración, pero yo les dije: ‘no, continuemos, que estos caminos no son de cobardes’ y pienso que tal vez si nos acobardamos no logramos obtener lo que queremos en nuestras vidas y si seguimos adelante, por la gran voluntad de Dios, seguimos aquí”, expresa.
NO DEBE SER VISTO
José Henry sabe que no sólo debe cuidarse de los asaltos, como ya le sucedió, sino tampoco debe dejarse atrapar por los agentes de Migración, los que no buscan solamente entregarlos, sino “aprovechar para lastimarlos, porque es más fácil para ellos cuando quedamos así”, dice.
Ha seguido los pasos de su hermano Alex, pues él hace tiempo también alcanzó el sueño americano, aunque fue deportado por Migración a su país.
Aunque a José Henry le han gustado los días que ha estado en Saltillo, todos los días añora los frijoles que cocina su mamá, ‘el banano’—como le dice al plátano—, el guisado de pollo con especias que se hacía en su familia. No desiste en su meta, en lo que quiere lograr, regresar a casa convertido en un gran profesor.