Elogio y vituperio del chicle 2/2
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Elogio y vituperio del chicle 2/2
El título de esta segunda colaboración podría haber sido “Vituperio, y algún elogio… Del chicle”, por ser quizá más apropiado a su intención, y porque el chicle por sí mismo ha resultado un agravio para Saltillo y para muchos saltillenses.
Dijimos que la goma de mascar natural fue descubierta por los mayas en las selvas del sureste mexicano, y que el consumo del chicle fue impulsado indirectamente por el dictador mexicano Antonio López de Santa Anna. También que el ingenio de los fabricantes hizo del chicle un producto muy popular al endulzarlo y agregarle sabores diversos para aumentar su comercialización.
La Segunda Guerra Mundial extendió, tal vez sin quererlo, el uso del chicle a todo el mundo, pues los soldados americanos lo llevaban en sus mochilas por las propiedades milagrosas que los fabricantes le atribuían: calmar el estrés, inhibir momentáneamente el hambre y ejercitar los músculos de la cara y el cuello. Su importancia llegó a ser tal, que a mediados del Siglo 20 los buques que trasladaban chicle en su cargamento eran custodiados por submarinos norteamericanos a través del Golfo de México para resguardarlos de cualquier eventualidad.
El Manual de Carreño señaló de mal gusto el masticar chicle, sobre todo en las damas.
Los fabricantes experimentaron con distintos sabores frutales pensando en ellas, pero favorecieron al chicle como la golosina favorita de los niños. Enemigo terrible era de las más, al verse en la necesidad de quitar el chicle pegado en las trenzas de las niñas y en general en la ropa y calzado de los niños y hasta de los adultos. Viene a mi memoria un recuerdo de niña: un campesino entró a la única tienda de abarrotes en General Cepeda y le dijo a la dueña: “Me da unas mascadas”. Ésta le contestó que no vendía “mascadas”, y el campesino señaló enojado los chicles Adams en el mostrador: “¿Y luego esos qué son?”, reclamó. Llámese como se llame, la popularidad del chicle y su consumo no ha llegado a su fin.
El chicle que se consume hoy nada tiene ya de la goma de mascar de los mayas. Ese chicle natural, obtenido de la resina del chicozapote, es una mezcla de polisoprenos que dan una substancia hidrofílica no tóxica y biodegradable, se hace polvo con el tiempo y regresa a la tierra: es el chicle orgánico que se produce en México y se vende en Europa. El chicle de uso común se consume para evitar comer entre comidas, refrescar el aliento, tranquilizar los nervios o blanquear los dientes y se fabrica con un polímero sintético: es un acetato de vinilo procesado químicamente, endulzado con sustitutos de azúcar y con saborizantes artificiales añadidos. Y nunca se hará polvo.
México es el segundo consumidor de chicle en el mundo después de Estados Unidos. Su consumo anual es de casi tres kilos per cápita, y se prohíbe sólo en las escuelas. Esto no lo hace merecedor de aplausos. Los merecerá el día que como Singapur, prohíba el consumo del chicle y castigue con cárcel a quien comercie con él.
Un ejemplo que debieran seguir las autoridades municipales, pues lo cierto es que en Saltillo, es sumamente popular entre los rituales de ayuno, consumir chicles a todas horas para inhibir el hambre, sin pensar en la monumental suciedad que se provoca al tirarlos en el suelo o pegarlos en muebles, autobuses y paredes. El mejor ejemplo del desinterés y la falta de cariño de los saltillenses por su ciudad, está, lamentablemente, en las banquetas de la recién “regenerada” calle de Aldama. En pocos meses se han cubierto ¡casi por completo!, de espantosas manchas negras que nunca van a convertirse en polvo. Su mensaje es que a la gente no le importa tirar los chicles al suelo, y a los comerciantes no les preocupa el aseo de sus banquetas.
Así, ninguna autoridad puede hacer nada por nuestras calles. ¡Qué lástima!