Corrupción

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Corrupción

Pirulina le confesó un pecado grave al padre Arsilio: había llegado con su novio al culmen de la carnalidad. Le preguntó el buen sacerdote: “¿Por qué hiciste eso, hija?”. Respondió la muchacha: “Por debilidad, padre”. Inquirió el párroco, severo: “¿Y acaso la pija es reconstituyente?”… ¿Por qué Babalucas se está riendo siempre? Porque de niño le contaron chistes, y hasta ahora los está entendiendo… La esposa de Ovonio Grandbolier le preguntó: “¿Qué vas a hacer hoy?”. “Nada” –respondió el harón. Le reprochó la señora: “Lo mismo hiciste ayer”. “Sí –replicó Ovonio –, pero no acabé”… La frase es atribuida a Adolfo López Mateos, con verdad o sin ella: “Cada mexicano tiene la mano metida en el bolsillo de otro mexicano, y ay de aquél que rompa esa cadena”. Tal aserción, al mismo tiempo desolada y cínica, quiere significar que la corrupción es ínsita –es decir consustancial – a la vida pública de México. En tiempos muy pretéritos se hablaba del “unto mexicano”, o sea el dinero con el cual había que aceitar las manos de los funcionarios para obtener de ellos lo que por ley no se podía conseguir. En mi primer año de estudiante de Derecho oí hablar de aquel juez de pueblo que tenía en la pared de su oficina un cartel admonitorio que decía: “Artículo primero: Con dinero baila el perro. Artículo segundo: Para los efectos del artículo anterior el perro soy yo”. No creo que la corrupción sea cosa de cultura. Pienso que es –peor todavía– cosa de natura. En el hombre hay mala levadura, dijo el poeta. La concupiscencia del dinero es en él tan fuerte o más que el deseo de la carne. Después del acto del amor –o de tres o cuatro actos consecutivos del amor, para quienes beben las miríficas aguas de Saltillo– el ímpetu sexual se calma, queda sosegado por un tiempo (10 minutos, para los que toman aquellas taumaturgas linfas), pero la sed de dinero no se sacia nunca. El que tiene poco quiere mucho, y el que tiene mucho quiere más. “Auri sacra fames”, maldita hambre de oro, escribió Virgilio en La Eneida, cuyos primeros párrafos me hizo traducir y analizar palabra por palabra  don Rafael Salinas, maestro mío de Latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Otro profeta, este de nuestro tiempo, Chaplin, describió en su película “Gold rush” los extremos a que llegan los humanos con tal de conseguir riqueza. Yo creo que la riqueza mayor consiste en no desearla, pero eso lo digo porque no sufro las carencias que padecen muchos. “Tengo hambre” –le dije una vez a don Abundio. “No, licenciado –me corrigió él –. Tiene apetito, que es cosa diferente. Usted no conoce el hambre”. Tenía razón el sabio viejo. Pero me he ido por los cerros de Úbeda. A lo que voy es a decir que la corrupción es inherente a la mezquina condición del hombre, y como tal debe ser gobernada por la ley. Si ésta no se aplica, la corrupción será rampante, como los hipogrifos de la antigua heráldica. Desde ese punto de vista la corrupción no es cosa de cultura ni de natura: es resultado de la impunidad. Ahí está la raíz de la corrupción. No culpemos entonces ni a la cultura ni a la naturaleza. Culpemos a nuestra pobre condición de ciudadanos que prefieren pagar por evadir la ley antes que apegarse a ella. Decimos “arreglar”, cuando en verdad desarreglamos. Por tenerle la pata pecamos tanto como el que mata la vaca. Digo… Moralista has estado este día, inane pendolario, siendo que te quedan muy grandes los coturnos del predicador y demasiado holgada la clámide del sermonero. Ea, da curso a una de tus acostumbradas rambulerías y luego sal de escena con el altivo porte con que hacía mutis el gran actor don Fernando Díaz de Mendoza después de recitar aquellos sonorosos versos del Tenorio, que cito de memoria: “Llamé al cielo y no me oyó. / Y pues las puertas me cierra, / de mis pasos en la tierra / responda el cielo, no yo”… El fabricante de productos de limpieza le dijo con orgullo a su asistente: “Nuestro gel de baño es tan suave que mi secretaria lo usa para su higiene íntima”. “¡Alabado sea el Señor! –clamó el muchacho-. ¡Yo lo veía a usted salir de su oficina después de estar con ella en privado, y pensaba que la espuma que traía en la boca era de rabia!”. (No le entendí)… FIN.