Ahorro de agua
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Ahorro de agua
El joven sacerdote trabajó tanto que empezó a mostrar claras señales de extenuación mental. Preocupado por su salud, el cura de la parroquia lo hizo ir a la consulta del doctor Duerf, célebre analista. Después de interrogarlo le dijo el psiquiatra: “Sufre usted un severo caso de surmenage o estrés. Necesita relajarse por completo. Vaya a algún sitio donde nadie lo conozca y libere todos sus impulsos, incluso los carnales. Mejor dicho, principalmente los carnales. Sólo de esa manera evitará un trastorno mental irreparable”. El curita, siguiendo la recomendación del médico, fue a una playa de moda. En el bar del hotel conoció a una chica, y a partir de ese conocimiento todo fue andar con ella en la playa, en la disco y en todo lo demás. Principalmente en todo lo demás. Cuando llegó el final de sus vacaciones fue a despedirse de la bella muchacha. “Que le vaya muy bien, padre’” —le dice ella—. El cura se sorprendió. “¿Cómo sabes que soy sacerdote?’’ —le preguntó estupefacto e inquieto al mismo tiempo. Respondió ella: “No se preocupe, padre.Yo soy Sor Reverberación de Cafarnaúm, y también sufría de surmenage o estrés. Nos atendió el mismo siquiatra”… Luego está el caso del actor al que le ofrecieron un papel en una película porno. Al final de cuentas no lo hizo: su parte era muy pequeña... Un tipo contó con orgullo en el bar: “Mi papá se ganó 18 medallas en la guerra”. Preguntó uno, admirado: “¿Era muy valiente?”. “No, —aclaró el otro—. Jugaba muy bien al póquer”… El señor, preocupado porque su hija en edad de merecer no subía a su recámara, le preguntó a la criadita de la casa: “¿Está todavía Rosibel en la sala con su novio?”. Respondió la mucama: “Todavía están ahí, señor”. Inquirió el paterfamilias: “Y ¿están platicando, o qué?”. Contestó la criadita: “Más bien están o qué”… El reo fue condenado a la silla eléctrica. Cuando lo llevaban al sitio de la ejecución un policía le preguntó: “¿Tienes miedo?”. “Sí, —replicó el sujeto con temblorosa voz—. Como es la primera vez…”… “Díganme, niños —preguntó en la escuela el profesor—. ¿Cuál es la diferencia entre ignorancia e indiferencia?”. Respondió Pepito: “No sé, y me vale”... Entró en la taberna un pirata de feroz aspecto. Lucía una gran barba roja; un parche le cubría un ojo; caminaba apoyándose en una pata de palo, y en vez de mano derecha tenía un agudo gancho de metal. Lo primero que hizo fue ir al baño, WC, toilet, aseo mingitorio o pipisrúm de la taberna. Pasó un rato. De pronto se escuchó un horrible alarido de dolor. Ante el espanto de los presentes salió el pirata dando grandes saltos y profiriendo lastimeros gritos. Le preguntó, asustado, el tabernero: “¿Qué le pasó, señor pirata?”. “¡Ay, ay, ay, ay! —gimió el pirata—. ¡Apenas ayer me pusieron este desgraciado gancho, y se me olvidó que lo traía!”… Casó Simpliciano, doncel cándido, con Pirulina, muchacha pizpireta. De luna de miel iban a ir primero a la Ciudad de México y después a Cancún. A los cinco días la chica llama por teléfono a su casa. “¿Qué tal, hijita? —le preguntó su mamá—. ¿Ya están en Cancún?”. “Yo sí, mami —respondió ella molesta—. Simpliciano todavía está en Babia”… Se trataba de clavar unos postes. Al final del día la cuadrilla de Babalucas puso. “¿Tres nada más? —se atufó el capataz—. Los de la otra cuadrilla clavaron treinta”. “Sí —admitió Babalucas—. Pero los dejaron todos salidos”… El maestro de Ciencias Sociales preguntó “¿Qué es derecho?”. Respondió Pepito: “Sin agua mineral”… La esposa de Inepcio, hombre sin artes ni ciencias del amor, le dijo a su inexperto marido: “Me gustaría hacer el amor contigo en una cama de faquir, de ésas que tienen clavos”. “¿Para qué? —se asombró Inepcio—. Respondió con secura la mujer: “Para ver si así siento algo”... La linda Rosibel le dijo al tonto boquirrubio que la asediaba: “Importunio: ¿qué te parecería un paseo en tu automóvil?”. “¡Fantástico!” —se alegró el pavitonto. “Pues ve —le dijo Rosibel—. Por mí no te detengas”… Doña Macalota llegó de un viaje antes de lo esperado y encontró a su marido bajo la ducha acompañado de la guapa vecina de al lado. Don Chinguetas no se turbó nada al ver a su mujer. Le dijo con alegre voz: “¡Hola, Macalota! ¡La vecinita y yo decidimos iniciar una campaña para ahorrar agua!”... FIN.