Medio ambiente
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Medio ambiente
En presencia de su mamá el niñito le pidió a su nana: “Llévame de caballito, Famulina”. “¡Ah, no! -protestó la muchacha-. Ya estás muy grande para tenerte encima. No puedo contigo”. El chiquillo se echó a llorar: “¡Y cómo a mi papi sí lo puedes tener encima!”… Un hombrecito pequeño y desmedrado estaba solo en una mesa de cantina. Mantenía fijos los ojos en su copa, sin beberla. Largo rato estuvo así, contemplando la copa que tenía delante. Un rudo sujeto que bebía con sus amigos les hizo notar aquello, lo cual dio lugar a comentarios burlescos que el pequeño señor ni siquiera advirtió. A fin de divertirse y divertir a sus amigos el hombrón se levantó, fue a donde estaba el chaparrito y sin decir palabra le quitó la copa de la mano y se la bebió de un solo trago entre las risotadas de sus amigotes. “¡Caramba! –exclamó lleno de aflicción el pequeño señor meneando la cabeza-. ¡Qué mal día he tenido!”. “¿Por qué?” -le preguntó con desdén el incivil sujeto. Respondió el hombrecito: “Hoy en la mañana fui despedido de mi empleo. Regresé a mi casa y encontré a mi esposa en brazos de mi mejor amigo. Supe entonces que entre los dos me han despojado de todos mis bienes. Me quedé solo en la vida; sin trabajo, sin dinero, sin amigos. Desesperado, decidí suicidarme. ¡Y ahora viene usted y se bebe mi copa de veneno!”… Susiflor dijo en el teléfono: “Fecundino: ¿recuerdas que la última vez que estuvimos juntos te dije que no quería volverte a ver? Pues bien: he cambiado de opinión”. Preguntó él: “¿De dónde estás llamando?”. Respondió Susiflor: “Del consultorio de mi ginecólogo”... Don Jesús Galindo y Villa (1867-1937) fue un polígrafo eminente. Arqueólogo, literato, historiador, artista, dirigió lo mismo el Museo Nacional de Arqueología que el Conservatorio de Música, y presidió tanto la Sociedad Astronómica como la Academia de Historia. En uno de los libros de ese insigne mexicano encontré esta bella descripción: “... Cuando se termina la visita a este hermoso sitio (el Desierto de los Leones) y se regresa a la Capital se goza de una incomparable perspectiva: desde las lomas se descubre todo el Valle de México; a la simple vista y como insignificantes montículos se alcanzan a ver las pirámides de Teotihuacán, la multitud de pueblos de los alrededores de la Metrópoli, y por último ésta, asentada en medio del inmenso anillo de montañas, con su extenso caserío y las enhiestas torres de sus numerosos templos...”. Me causó tristeza leer esta página de ayer. Su lectura me hizo pensar que en lo relativo al medio ambiente todo tiempo pasado fue mejor... Una joven mujer le contó a otra: “Me juré a mí misma no hacer el amor hasta encontrar al hombre perfecto”. “¡Caramba! –se admiró la amiga-. ¡Eso debe ser un sacrificio muy grande!”. Replicó la otra: “A mí no me ha costado ningún trabajo. El que está furioso es mi marido”… El abuelo se puso la chaqueta que había usado en la universidad, cuando fue miembro del equipo de futbol americano. En la prenda lucía el número 10. Su nieto mayor le preguntó: “¿Por qué ese número?”. Respondió el señor: “En aquel tiempo los jugadores del equipo acostumbrábamos poner en nuestro uniforme el número de las amigas íntimas que teníamos”. Oyó aquello la abuela y comentó: “Entonces le sobra el uno”… Los recién casados recibieron como regalo de bodas un perico. El cotorro estaba ya en la casa cuando los novios regresaron de la luna de miel. Empezó la juvenil pareja con sus arrumacos, y el lorito, curioso, no les quitaba la vista de encima. Nerviosa por aquella molesta vigilancia la flamante esposa cubrió la jaula con una toalla y amenazó al pajarraco: “Si te asomas te desplumaré la cabeza”. Dicho lo anterior los desposados trajeron a la recámara la maleta en que traían sus cosas. Pero no la podían abrir, pues al parecer el cierre se había atorado por exceso de contenido. El muchacho pensó que aplanando un poco la maleta la podría abrir, de modo que le pidió a su mujercita: “Ponte arriba, mi amor”. “No –dijo ella-. Mejor súbete tú”. Sugirió el muchacho: “¿Qué te parece si los dos nos ponemos arriba?”. Entonces el perico asomó la cabeza al tiempo que exclamaba: “¡Eso lo tengo yo que ver, no importa que me quede calvo!”… FIN.