Plaza de Almas

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A lo mejor entre nosotros hay más muertos que vivos, ¿no crees? Pero no los vemos. Quizá si pudiéramos ver lo que no se puede ver miraríamos a nuestro alrededor una inmensa muchedumbre de difuntos obstinados en permanecer aquí, en no irse de este mundo. Y es que el mundo es hermoso, pese a la fealdad que los humanos hemos puesto en él. Es bello el sol, y tibio, con su luz tan clara; es bella la tierra con sus árboles y sus animales, y el agua franciscana que bebemos, y el aire que respiramos. Es bonito vivir, aun con los quebrantos que a veces nos quiebran la vida. Además no tenemos la certeza de otro mundo. Posiblemente éste es el único que existe. Por eso nuestros muertos se quedan aquí, mirándonos con la tristeza que tienen los que ya no tienen nada. Nos ven los que vivieron con nosotros, a quienes amamos, y nos miran los que vivieron antes que nosotros, a los que ni siquiera conocimos pero que son de nuestra misma sangre. Quién sabe. ¿Tú crees en los aparecidos? Yo no. Pero tampoco me sorprendería que se me apareciera alguno. Considera, por ejemplo, esto que sucedió en la casa de mis bisabuelos, mis abuelos y mis padres, donde viví yo hasta que me casé. Es una casa muy antigua. Sus habitaciones –resistí la tentación de poner “sus aposentos”- son amplias y de elevados techos. En ellas están las cosas que ahí han estado siempre: los roperos de tres lunas; los grandes baúles, que acá se llaman castañas, con las colchas tejidas y las sábanas que ayer tuvieron alburas nupciales y hoy muestran la amarillez de lo olvidado; las vastas camas de latón en cuyos tubos se guardaban los dineros que rendían las cosechas; las estampas de vírgenes dolientes y santos afligidos por el tormento de las tentaciones o por las tentaciones del tormento. En el estrado –así le decían a la sala- los muebles de Viena, el espejo ceñido por un dragón con alas, los tibores chinescos, el gran piano de mesa... Y la muñeca. Estaba sentadita en su sillón desde hacía tantos años que ya nadie recordaba desde cuándo. Digo “estaba” porque yo la quité de ahí. Mea culpa. Es muy linda. Su rostro de porcelana fina tiene mejillas róseas; sus ojos de vidrio se pintan con el azul del mar. Su vestido verde es de terciopelo y seda. Pensé que en mi casa luciría mejor, y que sería el gozo de mis nietas. La traje, entonces, y la puse en una mecedora pequeñita que compré para ella, de las que se usan para el Niño Dios. ¿Podrás creer lo que pasó después? La sala donde estaba la muñeca tiene amplios ventanales que dan a la calle. Nadie habita hoy esa casa, que conservamos con amor y a la que acude la gente como a un museo. Ayer recibí un mensaje: “Soy enfermera, y cuido a un anciano que vive cerca de donde usted vivió. Mi turno termina a medianoche, y como mi domicilio no está lejos me voy caminando. Desde hace unos días veo por la ventana de su casa, a la luz de los focos de la calle, a una niña que llora en la sala. Parece buscar algo que no encuentra. Dígame si alguien vive ahí, y por qué dejan sola a la niña a esas horas”. Tan pronto leí el mensaje supe lo que estaba sucediendo. Ese mismo día volví a poner la muñeca en su lugar. Una semana después me comuniqué con la persona que envió el mensaje y le pregunté si había vuelto a ver a aquella niña. Me dijo que ya no la ha visto. ¿Qué piensas tú de esto? Yo, la verdad, no sé qué pensar. Por un lado están mis creencias, una de las cuales consiste en no creer lo increíble. Por el otro lado están los hechos, a los que no es posible deshacer. Supongo que debo dar más crédito a los hechos que a mis creencias. Entonces, si pongo la realidad por encima de mis ideas, tendré que creer en fantasmas y espectros. ¡Qué dilema! Estoy hecho un mar de confusiones, con perdón por el uso de esa frase ya en desuso. Te pido ayuda a ti, que tienes más clara la razón que yo. Dime qué debo pensar, qué debo creer. Antes yo dudaba de la realidad, cosa que es relativamente fácil. Ahora dudo también de la fantasía, lo cual es muy difícil. Una cosa puedo decirte con seguridad: jamás volveré a quitar de su sillón a la muñeca. ¿Por qué hacer llorar a una niña, y más si esa niña no existe?… FIN.