Vida plena

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Vida plena

“La mujer con la que me estoy acostando es una engañadora –le dijo un tipo a otro-. Es una traicionera, una aleve, una desleal. No sabía yo que era casada hasta que me enteré de eso por mi esposa”… Don Algón le indicó a su secretaria: “Tómate el día, linda. Tengo que trabajar”… La suegra le hizo a su flamante nuera un obsequio insinuativo: le regaló una escoba. La muchacha la revisó por todos lados y luego preguntó: “¿No vienen las instrucciones?”… Chichena, mujer en flor de edad, casó con don 
Francisco Cárcamo, que contaba siete décadas de vida. La noche de las nupcias, ya en el tálamo, el añoso marido apagó la luz. La novia pensó que su provecto esposo iba a dormir, y se dispuso a hacer lo mismo. 
Para el efecto le dijo: “Don Francisco: retire usted el codo, por favor. Su dureza me está calando mucho”. Respondió él: “No es el codo”. Al oír esa información Chichena exclamó gozosa: “¡Paco!”… Tengo varias razones para vivir, y muchas sinrazones. Éstas, las sinrazones, son muy placenteras: la sinrazón del vino bueno y de la buena mesa; la sinrazón de la amistad sin cláusulas; la sinrazón del arte, sobre todo de la letra y la música; la sinrazón de la fe que da luz a mis oscuridades; la sinrazón del amor a todas las criaturas, igual con ánima que inanimadas; la sinrazón –ésta es la mayor y la mejor de todas- de la mujer. 
Más entrañables, sin embargo, son las razones de mi vida: mi señora, señora en el sentido de esposa y señora en el sentido de dueña; mis hijos y los hijos de mis hijos; mis hermanos; mi copiosa parentela, dispersa por el mundo pero unida en las evocaciones. Y, en lugar especialísimo, mis cuatro lectores. Si no los tuviera tampoco me tendría a mí mismo. Me dan su afecto, y me lo muestran en mil y mil maneras. 

Hace unos días escribí en Plaza de Almas un relato acerca de ese golpe de la vida que se llama Alzheimer. Mi texto fue confuso, pero vívido, tanto que muchos lectores pensaron que esa tragedia se había abatido sobre mí o sobre la compañera de mi vida. Recibí tantos mensajes de solidaridad que mi esposa dejó de contarlos cuando ya se acercaban al millar. Los agradezco todos de todo corazón, y más agradezco al dador de la vida que aún nos la conserve a mi mujer y a mí sin esa pena que ensombrece a tantos, y sin otros heraldos de la hermana muerte. Mi vida es plena porque ella, mi mujer, está conmigo. Y porque están conmigo esos lectores míos, los cuatro, que comparten conmigo mis razones y perdonan mis faltas de razón. Me encontraré con ellos –me encontraré contigo- el domingo 13, o sea mañana, a las 12 horas en el Aula Magna del antiguo y venerable Colegio Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en Monterrey. Estará conmigo el talentosísimo Javier Aranda. El pretexto será mi más reciente texto, 
“Cuentos de todos (y de otros también)”, editado por mi querida casa, Diana, del Grupo Planeta, un libro en cuyas páginas se alternan relatos picarescos con otros de reflexión sobre las cosas de la vida y de esa máxima expresión de la vida que es el amor. En su presentación narraré cuentos pícaros; diré cosas acerca de mi tarea de escritor; contaré anécdotas de risas y de llanto, y haré una especie de strip tease emocional, pues en Monterrey y en la Universidad nuevoleonesa me siento como en mi casa, y eso me mueve al diálogo intimista. Te espero, pues, a ti, que eres uno de mis cuatro lectores, en ese bello recinto, el Aula Magna de la UANL, mañana a las 12 horas. Ahí compartiremos los dones de la risa, el buen humor y el buen amor, los recuerdos y la amistad… Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, comía siempre con un extinguidor de incendios al alcance de su mano. Le dijo con pesaroso acento su mujer: 
“¿Nunca me vas a perdonar que una vez se me quemó la comida?”… Una amiga de la joven madre le preguntó: “¿Diste a luz en forma natural?”. “Completamente –respondió ella-. Nada de maquillaje”… El delincuente juvenil le dijo al juez: “Todo lo que hice fue echarme al lago”. El segundo dijo: “También yo lo único que hice fue echarme al lago”. El juez le preguntó al tercero: “¿Tú no te echaste al lago?”. “No, señor –respondió él-. Yo soy el Ago”… FIN.