El profesionista

Usted está aquí

El profesionista

El mismo día que obtuvo su título de abogado el joven profesionista fue a pedir la mano de su novia, hija de uno de sus maestros. “Creo, Justiniano —le dijo éste—, que antes de casarte deberías practicar por lo menos un año”. El galancete se dirigió a la muchacha, ahí presente. Le dijo: “Ya hemos estado practicando casi dos, ¿verdad, mi amor?”… El empleado del manicomio le informó al director: “Un señor pregunta si se nos escapó alguno de los asilados”. “¿Por qué quiere saber eso?” —inquirió el director—. Respondió el otro: “Es que su esposa se fue con otro, y el señor dice que el hombre tiene que estar loco para irse con su mujer”… A la llegada del ídolo del rock se hizo en el aeropuerto  un alboroto enorme. Al final un reportero entrevistó a la presidenta del club de admiradoras. “¿Cómo le hiciste —le preguntó— para darle un beso a Tricky Pricky en plena batahola?”. “¡Ay, no! —se sonrojó ella—. ¡Se lo di nada más en la mejilla!”… En la madrugada del segundo día la insaciable recién casada despertó a su agotado maridito y le pidió una nueva demostración de amor. “¡Pero, Avidalia! —respondió él con feble voz—. Ya lo hemos hecho 12 veces ¿y quieres una más?”. “¿Qué? —replicó ella—. ¿Eres supersticioso?”… En el lado izquierdo del abundoso pecho la mesera lucía su nombre, Galatea, inscrito en un gafete plástico. Un borrachín se le quedó viendo y le pregunta: “Perdone, señorita: ¿cómo se llama la otra?”… Himenia Camafría, madura señorita soltera, se quejó de un amigo. “Vacilio me decepcionó —decía—. Me ofreció enseñarme el sitio donde le hicieron la vasectomía y el idiota me mostró el hospital”... Muchas cosas me gustaron de la visita del Papa Francisco a México. Entre ellas una de las que más me gustó fue la exhortación que hizo a sus compañeros jesuitas de seguir trabajando para obtener la canonización del Padre Pro. Pienso que esta petición del Pontífice es garantía de que el jesuita Miguel Agustín Pro llegará a los altares. Yo siento veneración por la figura de este sacerdote. Lo considero víctima inocente de un conflicto en que las culpas deben ser compartidas por igual por los dos bandos que en él participaron, el de la Iglesia y el del Estado. (Si se me apura un poco diré que le corresponde culpa mayor a la primera que al segundo). Para mí será motivo de júbilo que el Padre Pro sea declarado santo… Eran las 12 de la noche, y Etilio Briáguez no llegaba a su casa. Para colmo había dejado ahí su celular.  Su esposa tomó el teléfono y llamó a la cantina, pues tenía la seguridad de que ahí estaba. Y en efecto, no se equivocaba: estaba ahí. “¡Etilio! —le grita el cantinero—. ¡Te habla tu señora!’’. Toma Briáguez el teléfono y dijo en la bocina: “¡Tizna a tu madre!”. Y colgó. Horas después se encaminó a su casa. Cuando llegó encontró a su mujer bañada en lágrimas. “¿Por qué lloras?” —le preguntó. Gimió la esposa: “Te hablé por teléfono a la cantina, y alguien me recordó la mamá”. “¡Cómo es posible! —rugió Etilio encaminándose otra vez hacia la puerta—. ¡Ahora mismo voy a investigar quién fue!”… Una madura señorita soltera italiana llamada Natica Gelata era dueña de un loro napolitano muy pícaro. En un descuido de Natica el desgraciado perico se metió en el corral de las gallinas y a todas las hizo víctimas de sus impulsos eróticos. En castigo la señorita Gelata le arrancó todas las plumas de la cabeza, y lo dejó pelón. Esa misma noche fueron de visita a la casa de Natica el cura del pueblo y su vicario. Los dos eran calvos. Desde su jaula los miró el ruin cotorro y les dijo: “Conque con las gallinas, ¿eh?”… Se casó el hijo mayor de don Frustracio. Al poco tiempo el muchacho se fue a quejar con su padre. Le dijo: “A mí mujer no le gusta el sexo. Sólo quiere hacer el amor una vez al mes. Parece monja”. “Si a esas vamos, hijo –suspiró don Frustracio—, entonces yo me casé con la madre superiora”… Babalucas jamás había ido a un partido de tenis, pero un amigo suyo lo invitó a ver un juego. Extrañado, el amigo observó que en el curso del encuentro Babalucas se sentaba ya inclinando el cuerpo hacia la derecha, ya inclinándolo hacia la izquierda. “¿Por qué te sientas así? —le preguntó con extrañeza—. ¿Por qué cambias de posición una y otra vez?”. Respondió Babalucas señalando a donde estaba el juez: “¿No oyes a ese señor? Cada rato dice: ‘Cambio de bola’”… FIN.