Mafia y poder
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Mafia y poder
Cuando difundieron los medios informativos las primeras imágenes de Javier Villarreal Hernández en la frontera de El Paso, Texas, entregándose a las autoridades norteamericanas en febrero de 2014, recordé la frase clásica en las películas de mafiosos: “esta rata ya hizo un trato con los federales”.
Era el poderoso funcionario de la pasada administración, quien todo lo arreglaba de un billetazo. Javier Villarreal —el malo—, se puso en manos de las autoridades de Estados Unidos en una entrega arreglada.
Javier Villarreal vive desde hace buen tiempo cómodamente, sin ningún problema, en su casa de la ciudad de San Antonio, Texas, en espera de que el juez le dicte sentencia.
En los años dorados del sexenio pasado, Javier Villareal se ufanaba de ser un hombre muy rico. Asquerosamente rico. Cuenta la leyenda urbana que cambió el mármol de su casa infinidad de veces, hasta que por fin le agradó un estilo. La felicidad se le reflejaba en el rostro.
Era un sujeto que apadrinó hartas bodas y fiestas de quinceañeras. Está escrita esa historia en las secciones de sociales de los periódicos con nombres y apellido. Todo el mundo, casi todo el mundo quería tener tratos con él.
Las autoridades de Estados Unidos, con las que llegó a un buen arreglo, le confiscaron más de 6 millones de dólares y propiedades en San Antonio, Brownsville y la Isla de Padre. Todo un millonario texano.
En las películas de mafiosos, el soplón que se entrega a los federales recibe un trato privilegiado, aun cuando le confisquen propiedades y dinero. En calidad de testigo protegido vivirá cómodamente el resto de su vida, a cambio de información que lleve a la cárcel a sus cómplices de antaño. Lo único que tiene que hacer es señalar con el dedo a las personas adecuadas, cada vez que lo interroguen los fiscales.
La mafia, ese sistema criminal que coexiste dentro del Estado, tiene una estructura que se encarga de vigilar a los miembros de la misma y sus familias. Cuando un delincuente desaparece, se prende la alerta: “esta rata ya hizo un trato con los federales”, gritan los cómplices despavoridos, buscando un escondite seguro antes que las autoridades les echen el guante.
El desaparecido Federico Campbell, en uno de sus extraordinarios ensayos sobre el crimen y el poder político en México, se refiere al mafioso Lucky Luciano. La revista Time lo incluyó como uno de los personajes más influyentes del siglo pasado. A pregunta sobre si tuviera la oportunidad de regresar el reloj a los años treinta, si volvería a hacer lo mismo, el gánster respondió sin vacilar afirmativamente: pero dentro de la legalidad.
Muchos años después de encabezar a una de las familias criminales más poderosas de Estados Unidos, el gánster se dio cuenta que se puede ganar todo el dinero que se quiera, encabezando una organización criminal o desde la legalidad, por medio de una simple licencia.
Para Federico Campbell, la percepción de Lucky Luciano ocurre en la apropiación de los bienes públicos desde el poder formal: “…los abogados, los contadores, y sobre todo los secretarios administrativos son los que saben llevar los libros de la manera más correcta. Técnicamente ni siquiera podría hablarse de corrupción. Todo se puede…”.
La última imagen que circula en los medios informativos de Javier Villarreal Hernández es la de un sujeto decrépito, en sandalias, minado por la diabetes, enfundado en un overol de presidiario.
Al menos en Coahuila, no volverá a pisar el fino mármol italiano de sus residencias, sino el piso de una vivienda que le asigne la autoridad norteamericana, en la clandestinidad y con la protección que se le otorga a los que se entregan…