‘Blackstar’, así suena el último disco de Bowie

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‘Blackstar’, así suena el último disco de Bowie

Tal vez no será el favorito de la radio, por su carácter experimental, jazzístico, personal y críptico; una despedida al estilo Bowie: diferente y personal“‘Blackstar’; así suena el último disco de Bowie

Nos enfrentamos a “Blackstar” pensando: es el último disco de David Bowie. Su reciente partida, la triste ironía de que lo publicó en su cumpleaños (el pasado 8 de enero), a dos días de morir de un cáncer del que nada sabíamos, todo esto se agolpa en la memoria. Y otro pensamiento: no hay más Bowie en la música. Pero el cantante inglés parece decirnos con “Blackstar” que no; a pesar de todo, su permanencia la declara con estas siete canciones.

Como lo dijo él en el programa “60 Minutes” de la CBS en 2002: “No necesito disponer de alguien para que valide mi trabajo de ninguna forma (…) Trabajo para mí”. Este disco se aleja de la música “mainstream”. ¿Podríamos llamarlo pop? ¿Rock? No. Ceñirlo a una categoría es imposible, pues la experimentación, algo que al músico le encantaba, es el hilo conductor, cuya guía parece ser el suave caos del jazz. Bowie trabaja para sí y parece que esta vez hace un recuento de su carrera y atisba su despedida.

A través del saxofón se materializa el jazz en el álbum, y se vuelve un elemento protagónico, interpretado por el experimentado saxofonista Donny McCaslin; recuerda el anhelo de Bowie de ser John Coltraine, pues fue el primer instrumento que Bowie tocó y que lo encaminó a la música. Pero el álbum de sólo siete canciones tiene además la esencia de ese artista que quiere trabajar para sí mismo, sin nadie que lo valide. E inicia con su nueva odisea: la canción “Blackstar”, de casi 10 minutos, en la que, con una letra críptica, nos muestra una mitología en una villa llamada Omen, con referencias sagradas y a la muerte.

¿Pop? ¿Rock? Ceñirlo a una categoría es imposible, pues la experimentación, algo que al músico le encantaba, es el hilo conductor”.

“No soy una estrella porno”, “no soy una estrella del pop”, “no soy una estrella de cine”, subraya para afirmar una y otra vez: “soy una estrella negra”. Hay quienes relacionan la canción con el ocultismo del que Bowie era seguidor; y dan pistas a través del videoclip con que estrenó el sencillo. Bowie da un tema que, como se ha dicho antes de otra canción suya, “no es la favorita de la radio”. Nada complaciente, pero un enigma para deleitarse. Bowie deja enigmas, pues.

En “Lazarus”, una pieza cinematográfica, y su segundo sencillo, nos lleva a una especie de despedida lírica. Se ha dicho que es cantado desde la perspectiva de Thomas Newton, el alien que Bowie interpretó en la película “The Man Who Fell to Earth” (1976), y que sí, ahora en voz del actor Michael C. Hall se escucha en el musical que co-escribió Bowie y que justamente se estrenó hace unas semanas en Nueva York: “Lazarus”. Hall interpreta a Newton en una segunda parte de la película, donde además interpreta la canción “Lazarus”.

Esta canción fue tomada como una despedida de Bowie, mostrando el dolor de cicatrices invisibles, consciente de su inminente muerte. A Bowie le gustaban esos alter-egos, pero aunque fuese la voz de Newton, la letra puede dirigirnos a una despedida: “Mira arriba, estoy en el cielo. Tengo cicatrices que nadie puede ver”. La melancolía llena el sonido, con un increíble saxofón. El personaje bíblico Lázaro, que muere de enfermedad y regresa de la muerte, parece ser la mejor personificación de Bowie en esta última etapa de su vida.

En “Tis a Pity She Was a Whore”, cuyo título es homónimo a una obra de teatro de John Ford (1633), el saxofón es predominante; una canción que había publicado antes Bowie, en 2014, para su álbum recopilatorio “Nothing Has Changed”, pero esta vez con una nueva forma más jazzística. “Sue (Or In a Season of Crime)”, también publicada en 2014, es re-versionada con una atmósfera oscura.

Y “Girl Loves Me” es una experimentación de palabras, con el slang Nadsat usado en “La Naranja Mecánica” y el lenguaje en código gay Polari. Personalmente, no conocía el Polari, pero sí el más famoso Nadsat. Bowie enlaza palabras, oraciones, con ese misterio y gusto por el sonido de las palabras, que también era su otro instrumento: la palabra, su poesía. Su línea experimental no abandona a Bowie, de 69 años, con el estribillo “¿A dónde chingados se fue el lunes?” Y en “Dollar Days” parece intercalar otra despedida: “I’m dying to”, que puede tomarse por su sonido como “estoy muriendo por” o “me estoy muriendo también”.

El tema que cierra el disco, “I Can’t Give Anything Away”, comienza evocando su álbum “Low”, en la que se escucha ese sonido de viento metálico. Tranquila y serena, Bowie repite: “no puedo entregarlo todo”. Y sobre ella dice Sam Richars en el sitio RME: “aun si hay un concepto general (en el álbum) (…) entonces Bowie no va a decirte cuál es. Porque ¿cuál es la diversión en eso?”. Por eso, agrega, “Blackstar” nos prueba que Bowie es “alérgico a la idea del rock tradicional”.

Sin complacencias, un álbum poco amigo de la radio. Más bien, amigo íntimo de Bowie; con la esencia de ese cantante que siempre quiso romper las reglas y jugar con las formas. Con “Blackstar”, Bowie nos dice que no ha terminado todavía. Es como Lázaro y con su música él volverá por siempre.