A la descalificación de las alianzas PRD-PAN la descalifica el hecho de que al principal descalificador le sobra demagogia y le falta autoridad moral. Según pontifica el PRI, un partido de izquierda no se debe aliar con uno de derecha porque sus idearios y programas son opuestos.

La lógica es anacrónica porque proviene del siglo pasado, cuando el izquierdismo pugnaba la abolición de la propiedad privada por la vía revolucionaria y el derechismo pedía un Estado Guardián, pero seamos benévolos y analicémosla. La dirigencia priista fundamenta de su anatema antialiancista en la incompatibilidad entre las agendas perredista y panista en materia de moralidad social y derecho a la diferencia (si esta premisa fuera cierta, dicho sea de paso, los perredistas tampoco deberíamos aliarnos con Morena, que también discrepa de nuestra postura en esos temas). Pero la pregunta retórica se impone: ¿y si lo prioritario en los estados en que PAN y PRD podemos aliarnos es lograr la alternancia por primera vez en su historia, o truncar satrapías transexenales, o impedir que regresen quienes buscan una regresión democrática, propósitos todos que ambos compartimos?

Veamos ahora el caso del acusador de incongruencia. Se trata del partido que con un nombre nacionalizó el petróleo en 1938 y con otro lo privatizó en 2013. Y para no irnos tan lejos, del mismo que expropió la banca en 1982 y la extranjerizó tres lustros después. ¿Y qué decir de sus bandazos en torno a las reformas electorales, por mencionar solo otro rubro de inopinada actualidad? El PRI, el partido pragmático y oportunista por antonomasia que en su actual versión no necesita aliarse para ser incongruente, sale a escena envuelto en un manto de pureza ideológica y preocupado no por la posibilidad de perder elecciones (no seamos mal pensados) sino por la confusión que pueden provocar en el electorado las coaliciones PRD-PAN (conmovedor afán de evitar el desasosiego de los votantes). Eso sí, queda una pequeña duda: el hecho de que en 2015 el priismo se haya aliado en 39 de 43 procesos electorales, lo cual lo convirtió en “el rey de las alianzas” (véase nota en Milenio, 30/12/15), y de que este año se haya coaligado ya dos veces con tres partidos, en Zacatecas y en Tlaxcala, ¿no confundirá un poquito más a los votantes? La dirigencia priista dice que no, porque su aliado favorito es el Verde, partido con el que tiene muchísimas similitudes (sin incluir la proclividad a realizar trapacerías electorales, desde luego). Y uno se pregunta si el PRI está de acuerdo en la pena de muerte que propone el PVEM, y en qué parte de su ideario prioriza “Amor, Justicia y Libertad para todos… incluyendo vegetales…”, o qué jerarquía ostenta en su programa la prohibición de animales en los circos. En fin…

En Europa no es inusual que partidos conservadores y socialdemócratas gobiernen en coalición, como es el caso actualmente en Alemania o en Irlanda. Pero no nos atengamos a eso. La justificación primordial de las alianzas de amplio espectro es la antidemocracia. El caso de Chile en la lucha contra el pinochetismo, cuando se unieron para combatirlo socialistas y demócratas cristianos, es emblemático pero no único, ni se tiene que llegar a una dictadura para envilecer a un país. Que se opongan a las alianzas contra este PRI -que ha resultado peor que los anteriores- quienes no reconozcan que los mexicanos vivimos tiempos ominosos, marcados por una crisis moral que subsume una corrupción histórica, una economía estancada, una violencia desbocada y ríos de inconformidad y enojo que amenazan con provocar un estallido social.

Estamos frente a una encrucijada que exige definición: ¿apoyamos o rechazamos la restauración del régimen autoritario de partido hegemónico? El leviatán priista está desatado tratando de evitar las alianzas opositoras a golpes de intimidación y corrupción, y la pregunta apremiante no es en qué lado de la geometría política estamos sino si somos o no somos oposición, si tenemos o no los arrestos para resistir la presión del poder que quiere someternos. Lo dije y lo sostengo: en el México de hoy no hay nada más revolucionario que la honestidad.

@abasave