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Muchacha que estaba esclavizada vive una Navidad sin ataduras
MÉXICO, D.F.- Atrás quedó la imagen de la joven de 1.50 metros con tez amarilla por la severa anemia que padecía. Las heridas que le provocaron estar dos años encadenada están curadas. Sólo quedan las cicatrices, más de 300 en todo su cuerpo. Tiene 23 años, pero no los aparenta. Prefiere que la llamen Zunduri, que significa “Niña Hermosa”.
El 27 de abril pasado la noticia de que habían encontrado a una mujer esclavizada en una tintorería en la delegación Tlalpan, en el Distrito Federal, era escalofriante. Tenía apenas cuatro metros de cadena para moverse, comía y planchaba de pie, sólo le permitían sentarse para dormir. Leticia Molina era la dueña.
Ésta fue su primera Navidad en completa libertad. Hablar del tema le entusiasma mucho. “La Navidad me llena de alegría, me emociono. La amo. No soy una grinch”, comenta la joven, quien hace casi ocho meses escapó de la esclavitud por un descuido de sus captores, quienes no cerraron bien el candado de su cadena.
“El simple hecho de tener en mi mente mi primer arbolito me emociona como niña chiquita. Decir: ‘Las esferas las quiero de tal color’ me llena de paz. Tengo la libertad de escoger cómo quiero mi árbol, después de tantas navidades de ver ropa y más ropa”, señala con un brillo en sus ojos grandes y marrones, perfectamente delineados.
El fruto de tomar clases para hablar en público se hace presente. Con voz suave pero al mismo tiempo con entereza, expresa que su prioridad es la familia. “La Navidad y Año Nuevo es con ellos. En mi casa no hice nada.
Prepararamos pavo o caldo de camarón. ¡En la Navidad se me hace agua la boca. Sé que será inolvidable! Santa me traerá muchísimos regalos de tantos años”, dice en entrevista.
A los 16 años, Zunduri llega por primera vez a laborar a la tintorería, en ese tiempo cursa la escuela con una de las hijas de Leticia. No dura mucho, pues conoce a un joven con quien se fue a vivir; tras dos años de relación terminan y regresa a pedir su antiguo empleo. Leticia la acepta de nuevo con la advertencia de que el trabajo sería aún más duro.
El cansancio de estar todo el día de pie y los pocos alimentos que recibía, a veces pasaba hasta cinco días sin comer, la hicieron cometer “errores”, quemó varias prendas. A Leticia los clientes le reclaman y eso significa para ella trabajar sin paga y con alimentos limitados.
Sin dejar de lado su ánimo por las fechas decembrinas, narra que la señora Leticia, al principio, se portaba comprensiva, e incluso la defendía de su mamá y en esta época “nos compraba ropa a todos, tanto a sus hijos como a otra empleada y a mí”.
RECUERDA LA PESADILLA
“Pude estar en la cena y convivir con ellos, pero era de: ‘Vas a hacer el quehacer, lavar los trastes y esto y lo otro’, pero como a mí me emociona esta temporada pues yo decía: ‘Va’, con tal de una Navidad agradable no me importaba lavar la vajilla completa de la familia”. Un día decide huir. Molina la encuentra en casa de una amiga y vuelve con ella. El tercer regreso fue el peor de todos: la encadenan. Las pilas de ropa y la música a todo volumen cubrían sus gritos de auxilio. Lloraba hasta quedarse dormida.
La ropa nueva que al principio recibió “como un miembro de la familia” no llegó nunca más, en su lugar recibió golpes e insultos. Leticia era la más violenta: le enterraba las uñas, los ganchos de la ropa, quemaba su piel con mecate, e incluso con la plancha. Los otros cuatro habitantes de la casa de Molina son su hermana Fany, su pareja José y sus dos hijas, Ivette y Jannet; también le pegaban. “Era una cadenita, si su mamá no estaba ellas tenían que golpearme”.
De ser hallados culpables del delito de trata de personas podrían pasar hasta 50 años en la cárcel y pagar 500 mil pesos por reparación del daño.
La Navidad pasada “yo estaba amarrada de mi cadena y (Leticia) se burlaba de mí. Fue algo muy feo. (José) le dijo que no se portara así, con todo y su coraje, y entre golpes, bajó por mí y me ordenó que me bañara, pero cuando me dijo eso era hora de dar el abrazo. Lo hizo con la intención de que ‘ella se está bañando, no la toquen’. Estaba llena de muchos golpes y heridas, pero me emocionaba la Navidad, pese al trato que ella me daba. Estuve arrinconada en la cocina mientras ellos cenaban en el comedor, cada quien por su lado. Fue difícil”.
Para Año Nuevo, Zunduri revela que entre sus 12 deseos están abrir una pastelería “y continuar con mi libertad. No hay nada más importante y valioso de un ser humano. Los lujos te dan comodidades pero la libertad no tiene precio”.
‘UN MILAGRO QUE NO NECESITE OPERACIÓN’
Ahora no tiene problema en enseñar su cara, al contrario, sonríe y bromea entre cada sonido de la cámara; antes no la mostraba, pues no quería que su familia la viera con las lesiones.
Posa entre las nochebuenas y los pinos. El maquillaje disimula las cicatrices de su rostro, las más marcadas en su labio superior y en el párpado del ojo derecho. Con un pantalón negro, una blusa y zapatos de un tono crema dice que “ahorita estoy estable (de salud), una que otra recaída; me da gripita porque aún tengo mis defensas bajas, pero nada grave gracias a Dios”.
Producto de estar jornadas muy largas de pie, sus piernas presentan problemas de circulación, que se notan en los empeines; las venas son de un tono verdoso.
“Es un milagro, no voy a necesitar operación. Como estaba parada todo el tiempo tenía hinchazón. No estaba acostumbrada a caminar y me costaba hacerlo.
“El médico me dijo que tenía que usar unas medias especiales de compresión para que me circulara la sangre y no estar mucho tiempo en cuclillas. El frío sí lo resiento por los golpes que me dieron, mis rodillas son más sensibles, pero todo normal, perfecto”.
Zunduri no espera esta época para perdonar a las personas que la esclavizaron. Sin ningún tono de ironía señala que “el odio no te sirve para vivir. Jamás lo llegué a sentir por las personas que me hicieron todo esto. Desde el principio afirmé que tenía que perdonarlos y perdonarme para poder continuar con mi vida, si es que deseo cumplir mis sueños, mis metas. No existe ningún tipo de resentimiento”.
Sin embargo, se arrepiente por tomar la decisión de dejar su casa, por lo que trabaja en recuperar ese tiempo con su familia. “Estoy enfocada en tener una relación madre e hija, prima, sobrina; cuesta trabajo. Desde pequeña yo crecí separada de ellos. Cuando nos vemos lo hacemos con gusto, planeamos miles de cosas”.
A pesar de que trabaja en reconstruir un ambiente familiar, acepta que el recuperar la relación madre-hija no ha sido fácil, pues una de las causas por las que dejó su hogar fue que no se llevaba bien con ella. “Mi mami siempre me ve con orgullo, feliz de verme sonreír y que me encuentro bien; de querer recuperar [el tiempo perdido] e incluso enmendar lo que ella hizo. Trato de recuperar los años con ella, pasaron cinco años y medio. Cuando nos vemos no nos echamos en cara nada”.
Se niega a buscar a un responsable de lo que le pasó. “De cierta forma somos culpables tanto mi madre, como mi familia, como la persona con quien me salí y por supuesto yo. Para toda acción hay una reacción. Si la mía fue salirme de mi hogar y tuve que pasar por todo esto para que me sirviera de escarmiento, para que no volviera a hacer algo así, es algo que a nadie le deseo”.
HA VISITADO COAHUILA
“Mi sueño es viajar. He ido a Puebla, Michoacán, Coahuila. Otra de mis metas es ser conferencista, quiero asesorar, prevenir, contar lo que me pasó para que a otros no les pase, quiero prepararme lo mejor posible”.
Sus viajes no se han limitado al interior de la República. Conoce Argentina, donde pasó su primer cumpleaños en libertad, y el Vaticano, donde contó su historia al papa Francisco.
“Fue una experiencia inolvidable. El viajar en avión, conocer al Papa lo llevo grabado en mi mente. Mi primer cumpleaños después de la liberación fue algo muy bonito. La pasé en compañía de Rosi, quien es como mi segunda madre, se ha convertido casi en mi sombra, porque está al pendiente de mí, ‘y no hagas esto y cuídate de esto, ya fuiste al médico’, la verdad no la veo como un madre regañona, la veo como una que está al pendiente de mí”.
Adora la compañía de su perro que rescató de la calle y si regresa a su hogar es por él, “porque antes me daba como la depresión de llegar a mi casa sola. Ahora llego y lo saco a pasear, ceno, veo la tele hasta que nos quedamos dormidos. A veces cuando no tengo conferencias me levanto hasta las 12, es muy rico”.
El temor de salir sola a la calle no existe. Como cualquiera utiliza el transporte público, incluso durante la charla pregunta qué estación del Metro está más cerca. Ella necesita la línea verde que corre de Universidad a Indios Verdes. “De aquí (DF) a mi casa me hago tres horas”, dice con un tono de pesadez porque le espera un largo camino y comienza a oscurecer.
“Tengo otro evento, ¿quieres ir o te vas a casa?”, le dice Rosi Orozco, quien se acerca para despedirse. “Ya es tarde, mejor me voy a mi casa”, contesta Zunduri con una sonrisa.
“Con cuidado”, le dice Orozco. Se funden en un gran abrazo.
ENTÉRESE:
> Confiesa que cuando tiene dinero, producto de las pláticas que ofrece para prevenir la trata de personas, le gusta “comprar ropa y zapatos y combinarlos. Soy muy feliz”.
> Las platicas las da, muchas de ellas bajo el cobijo de Rosi Orozco, presidenta de la Comisión Unidos Contra la Trata,
> Platica que sus cantantes favoritos son Alejandro Sanz y Romeo Santos.
> Le gustaría estudiar gastronomía y su libro favorito es “Momo”, con el que se identifica mucho, pues narra la historia de una niña huérfana que le agrada escuchar a todas las personas.
> Utiliza las redes sociales, en especial Twitter (@azunduri), para difundir los foros para prevenir la trata de personas.
> “Ahorita estoy tomando terapia sicológica, asisto con mi médico. Me he llenado de muchas bendiciones, tengo un hogar digno y estable”, comparte.
> También agradece a Rosi Orozco, quien se ha convertido en su “segunda madre”; así como a las personas, que bajo el anonimato, le han hecho saber que no está sola. Tiene una beca para continuar sus estudios de bachillerato y universidad.