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La Navidad no llega al SuperISSSTE
MÉXICO, D.F.- Algo raro pasa en este supermercado. Todos los pasillos están en silencio. No hay un solo cliente, ni hay demostradoras. Tampoco suenan villancicos en las bocinas. Pero de pronto, a las 4 de la tarde, el silencio que suele apropiarse del local desde la mañana hasta el anochecer, es interrumpido por un sonido metálico que trastoca la rutina.
Es un golpeteo que, por un segundo, atrae la mirada de los cuatro guardias en el piso, las tres cajeras y los dos vigilantes que “halconean” la tienda departamental desde un primer piso, donde solían estar las oficinas de la gerencia y hoy son cubículos abandonados: un carrito de autoservicio entra a la tienda y, aunque eso debería ser usual en un lugar como éste, parece todo un acontecimiento en el SuperISSSTE de la Ciudadela, en la Ciudad de México.
El carrito avanza con sus llantas rotas, incapaces de moverse derechas, y hace tanto ruido que llama la atención de los empleados y avergüenza a quien lo empuja, una señora de unos 65 años, quien recorre los 25 pasillos del lugar con una mueca de sorpresa cuando mira que todos los anaqueles están semivacíos, como el 12, en el que en 40 metros de largo y cinco estantes hay sólo 38 botellas de aceite, todas de la misma marca; 26 bolsas de harina, iguales, y 12 latas de atún abolladas.
En lo alto, uno de los vigilantes espía a la mujer con una sonrisa burlona que interpreto como una pregunta: ¿a quién se le ocurre meterse con un carrito a un supermercado donde desde hace un año no llega nueva mercancía? Entre otros pocos productos, esto venden: ocho bolsas de papas fritas de marca genérica, tres solitarios bultos de comida para perro, un refrigerador viejo y arrumbado en una esquina con salitre. Ningún cereal a la vista.
La única clienta serpentea decepcionada entre pasillos deprimentes que pretenden alegrar a las visitas con guirnaldas de plástico y santacloses de unicel: por allá está la única lavadora a la venta a un sobreprecio ridículo, más lejos el polvo sobre los anaqueles que sustituye a los inexistentes frascos de mermelada y al fondo de la tienda hay un espacio vacío donde debería haber carne y pescado.
Tampoco hay huevos, queso, jamón o salchichas —menos un pavo navideño— porque desde hace 12 meses la tienda no tiene dinero para pagar la electricidad que consumen los refrigeradores.
Después de 10 minutos de intentar hacer una despensa, la clienta se rinde ante el desabasto y abandona el ruidoso carrito en la tienda; prefiere cargar lo único que encuentra útil: una esponja, un líquido lavatrastes y una botella de agua que, en total, suman 32 pesos.
“Hay días en los que apenas cobro 50 pesos en todo el turno. ¡No hay nada que vender!”, lamenta Beatriz Silva, cajera del SuperISSSTE. “Aquí hay 10 cajas y trabajamos tres cajeras, y, la verdad, con una sería suficiente”, afirma.
Entonces transmite lo que sus jefes le han dicho: los proveedores se hartaron de acumular facturas que el ISSSTE no paga, así que desde hace un año las marcas castigaron a la que alguna vez fue una robusta cadena de supermercados del gobierno y no les dan productos. Lo que se lleva el cliente es lo que no se vende desde enero de 2014.
“Y todas las tiendas están así, joven. Cada mes dicen que ahora sí nos van a traer producto, pero puras promesas. Yo pienso que ojalá sí, aunque sea para distraernos”, añade.
A lo lejos se escucha el traqueteo de nuevo: un guardia recoge el armatoste vacío y lo conduce a la entrada. El silencio se aloja de nuevo en la tienda. No hay forma de saber cuándo será la próxima vez que Beatriz vuelva a ver un carrito retacado de productos en su caja.
LA CAUSA
> Los proveedores se hartaron de acumular facturas que el ISSSTE no paga.