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LA NAVIDAD NOS INVITA HOY A MANIFESTAR EL ROSTRO MISERICORDIOSO DE DIOS
“Por la entrañable misericordia de Dios,
nos visitará el Sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte
y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
(Lc. 1,78-79)
La realidad de la infancia es iluminada por la luz de la Navidad
En estos días de diciembre fui a la casa de unas religiosas en las que se atiende a niñas y jovencitas durante la semana, que por fin de semana regresan a casa de su familia, junto a su madre. Por diferentes circunstancias casi todas las chicas son hijas de madres solteras o solas, y para que crezcan acompañadas y con formación, se les da este acompañamiento en esta casa.
Les hablé de la Navidad. Se me ocurrió decirles que el niño Jesús nace con un mínimo de pañales, en un pesebre en el que dan de comer a los animales. Rodas atentas a reserva de las más pequeñitas que estaban siempre inquietas. Les dije que Jesús nace así porque quiere enseñar que todas las mujeres y todos los hombres valemos mucho. No necesitamos un gran vestido, una gran casa o un carro enorme, para valer lo que valemos, pues todos valemos lo mismo, y todas y todos tendremos la misma dignidad que las y los demás. Les puse ejemplitos de por qué valíamos lo mismo. Y les pedí que nunca se olvidaran de ello: Que todos valemos lo mismo. Me conmovió mucho que una de las mujeres más grandes del grupo se acercó conmigo impresionada de lo que había dicho yo. Había escuchado todo el tiempo y esperó a que salieran todas las demás para hablar conmigo.
En mi niñez viví algo semejante a lo que estas niñas. Yo andaba con zapatos de suela de llanta y veía a las ricas del pueblo reírse de mí, de mis zapatos, y de mis pantalones zurcidos. Le doy gracias a Dios que yo era de los niños más aplicados de la clase, ya que eso a mí me daba mucha seguridad, pues era el valor con el cual podía yo enfrentar las supuestas diferencias. Mi valer como persona iba más allá de la ropa o los zapatos.
El Jubileo de la Misericordia como guía para rescatarnos y rescatar el país.
Esta Navidad festejamos un año más del nacimiento del Hijo de Dios. Con la llegada de este niño, evocamos la llegada de la paz que es también la bienvenida de la justicia. Si entendemos el mensaje que nos da la Navidad y lo hacemos propio, nos ayudará a generar por un lado, un cambio de actitudes a nivel personal, y por otro, la oportunidad de propiciar un ambiente diferente en la tierra, que es el que trae consigo la paz entre las personas. Tanto nuestras actitudes, como el medio en el que nos desarrollamos, debe estar marcado por el respeto a la dignidad de cada quien, y el goce de todos los derechos que lleva consigo la vida digna.
Pero también somos llamados a participar en la construcción de esta sociedad que para la mayoría es de desigualdades y violencias, por ello debemos trabajar para que ésta acontezca el Reino de Dios. Lo que significa que las personas que ahora son postergadas, desechadas y expulsadas de cualquier posibilidad de vida digna, se conviertan en protagonistas constructoras de la historia: La suya, la que compartimos como sociedad, como país y como comunidad internacional. Tenemos que pensar así, pues vivimos en un mundo globalizado.
El Papa Francisco nos ha convocado a vivir a partir del 8 de diciembre pasado, un Año Jubilar de la Misericordia. Para quienes somos seguidores del Señor Jesús, esto es conmovernos ante la situación por la que está pasando el mundo, y aliviar la necesidad y el dolor de la otredad. Misericordia es tener un corazón solidario ante quien sufre.
El primer movimiento misericordioso de nuestra parte hacia la familia humana, es anunciarles no sólo con nuestra palabra, sino sobre todo con nuestro testimonio, el verdadero sentido de la vida humana, de manera personal y colectiva. Éste es el contenido fundamental del Evangelio que comprende todo un proyecto de restauración de la persona y de la sociedad
Un segundo movimiento de esta compasión, es preguntarnos cómo estamos organizando ese anuncio, qué estamos haciendo para articular de manera adecuada nuestras iglesias particulares, en proyectos pastorales serios que contengan metas precisas a alcanzar, medios para logarlas, y evaluaciones de nuestro trabajo. Esto obedecerá a la exhortación que nos hizo San Juan Pablo II con su Cara Apostólica Novo Millennio Ineunte de construir planes pastorales con la participación de todas las mujeres y hombres, miembros de la comunidad.
El tercer movimiento de la misericordia que como discípulos de Cristo estamos llamados a impulsar, es a abrirnos como Pueblo de Dios a participar en los caminos de organización popular que los pobres están haciendo para enfrentar los abusos de los que son objeto. Para pasar de la exclusión, a personas protagonistas dela construcción de un mundo más justo y solidario.
La palabra misericordia nace de una visión nueva que debemos tener desde nuestro corazón, de nuestra propia vida y de la vida de nuestros semejantes, a partir de la experiencia del dolor humano en nuestro propio corazón. La misericordia implica una sensibilidad profunda ante el sufrimiento de nuestro prójimo. La convocación del Santo padre parte de una preocupación que él ha mostrado desde el inicio de su servicio pastoral a la Iglesia, para enfrentar la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte, que se ha generalizado en la sociedad mundial ante el abandono de nuestros hermanos más pobres.
En este momento en México –lo cual debemos agradecerle a Dios—existen no pocas iniciativas en distintos espacios de la sociedad, para sacar a nuestro país de la bancarrota que se manifiesta en muchos aspectos. Un esfuerzo significativo ha sido la realización del capítulo México del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP). Tribunal de conciencia que ha adquirido un prestigio internacional por su capacidad de enjuiciar a diversos estados del mundo, a través de la escucha de quienes son víctimas de la violación a sus derechos humanos. El resultado del TPP en nuestro país, ha sido un extraordinario diagnóstico de articulación de la injusticia y la violencia, propiciada por el mismo Estado mexicano.
Tal visualización tan profunda de las condiciones que vivimos, ha llevado al convencimiento de que este país necesita ser refundado, es decir, restaurado en verdaderos principios éticos. Tanto en la purificación de sus estructuras de gobierno, como en la remodelación de las relaciones humanas para que se funden en el profundo respeto a la dignidad de la persona. Así mismo en el restablecimiento del derecho y la justicia por medio de caminos que nos lleven a la paz y a la reconciliación.
El Sol que nace de lo alto nos abre un camino de luz y esperanza
El significado del contenido del himno que entonaron los ángeles ante los pastores de Belén, “¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!”, lo que podemos contextualizar en el momento actual, indagando su significado a la luz de los así llamados “evangelios de la infancia”, es decir, las narraciones en las que San Mateo y San Lucas nos transmiten los acontecimientos que precedieron de manera inmediata al nacimiento de Jesús, el nacimiento mismo y los primeros años de su vida.
Para María, la madre de Jesús, como lo expresa ante Isabel, la llegada de su hijo al mundo es un acto de la misericordia de Dios (Cf. Lc. 1,50.54) que despliega el poder de su brazo (Cf. L. 1,51a) para restablecer en la tierra la justicia y el derecho (Cf. Lc. 1,51b-53). Zacarías, el padre del Bautista, ve el nacimiento de Jesús como una intervención salvadora de Dios que nace de su misericordia (Cf. Lc. 1,69-75). Reconoce que ese niño es un signo que muestra las entrañas misericordiosas de Dios, porque es “el Sol que nace de lo alto” que viene a iluminar a “los que viven en tinieblas y sombras de muerte”, y a “guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Cf. Lc. 1,78-79). María, José y los pastores, reciben el mensaje del ángel que lo anuncia como el Salvador. Sus padres, reciben la orden de llamarlo Jesús (que significa Dios Salva) (Cf. Lc. 1,31; Mt. 1,21). Los pastores supieron por el ángel que les había nacido un Salvador (Cf. Lc. 1,11). El anciano Simeón en el Templo de Jerusalén confiesa que ese niño es el Salvador, que será luz de las naciones y Gloria de Israel (Cf. Lc. 2,29-32). Los Magos de oriente llegaron a adorar a Jesús manifiesta que ese niño es “Dios con nosotros” (Cf. Mt. 2,2.9-10). El evangelio de San Mateo manifiesta que ese niño es “Dios con nosotros” (Cf. Mt. 1,22-23; Is. 7,14) y a María, el ángel en la Anunciación, le dice que su hijo será grande, se llamará Hijo del Altísimo e Hijo de Dios, y sería un Rey eterno (Lc. 1,32.33.35).
Desde esta perspectiva de bonanza y buen ventura que existía en el ambiente en el que se conoció la llegada del Mesías a la tierra, podemos entender que el himno que los ángeles entonaron ante los pastores, anunciaba la Gloria que Dios recibiría de parte de la familia humana, con la entrada del Hijo de Dios hecho hombre en su historia. Es decir, se trata de una vida nueva organizada en el orden pastoral y colectivo, individual y social, local y universal, siempre en completa armonía con el Creador de este mundo en que vivimos y con todas las criaturas que en él habita. De esta armonía surge la paz entre todas las criaturas, que anunciaba ya el profeta Isaías con la llegada del mesías (Il. 11,1-1-9), que también proclamaron los ángeles aquella noche.
Contextualizar en este momento la Natividad del Hijo de Dios hecho hombre, para vivir entre nosotros hasta el último día de la historia en esta tierra. Significa recobrar la certeza de que Él sigue actuando en medio de nosotras y nosotros, ayudándonos a rescatar el mundo de las tinieblas del mal que hacen sufrir a millones de personas. Convencimiento que sostiene nuestra esperanza de que toda obra buena que proyectemos y realicemos a favor de la vida humana y de todas las demás formas de vida que existen sobre nuestro planeta, tendrá éxito. Porque él vino para que tengamos vida, y vida en abundancia (Cf. Jn. 10,10b).
Con estos sentimientos de confianza en Dios y solidaridad con l familia humana, deseo que esta Navidad inunde de paz, amor y alegría a cada una y cada uno de ustedes y de sus familias, sin distinción alguna de credo, opinión política, posición económica y condición jurídica, en los diversos ambientes en los que se desenvuelven en la sociedad y en la Iglesia. Les invito a tender una mano a quien está a su lado con cualquier tipo de necesidad y aprovechar la oportunidad de manifestar el rostro misericordioso de nuestro Señor. Junto con mi oración les envío un fuerte abrazo y les deseo lo mejor en esta Navidad y en el nuevo año que estamos por empezar.
Saltillo, Coahuila, 12 de diciembre de 2015
Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe.