La importancia de mentir

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La importancia de mentir

Uno de los principios básicos de la neurolingüística señala que el mapa no es el territorio. El territorio es la realidad, y el mapa es nuestra percepción y nuestra interpretación de la realidad. En política, al contrario, el principio básico dice que la forma es fondo, y que la realidad sale sobrando si la percepción le roba su protagonismo. 

En México, tal parece que se quiere hacer de la política el arte del disimulo. Ya lo decía Octavio Paz, con singular maestría, en “El Laberinto de la Soledad”, cuando escribía que “la simulación es una de nuestras formas de conducta habituales. […] La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos”. 

El problema es que querer confundir a cualquier precio la imagen con la realidad termina, al final del día, dejándonos un sabor de boca insulso, desagradable. Sin contenido. Pretender que maquillaje, sonrisas y trajes bien combinados hablarán más que nuestra realidad es simplista. Hace unos días, la Secretaría de Relaciones Exteriores invitaba a sus funcionarias a un curso de buenos modales dirigido exclusivamente a mujeres (equidad de género olvidada), pensando que nuestros interlocutores en el mundo están más interesados por la elegancia y el color de los labios de nuestras representantes que por la realidad que emana de nuestro país (bienvenido el machismo)… En lugar de empoderar a los miembros del Servicio Exterior Mexicano con cursos de mayor urgencia, como podrían ser temas de desarrollo humano, nuevas tecnologías, comunicación intercultural, idiomas como mandarín, árabe, hindi, indonesio, farsi, entre otros. 

Percepciones disfrazadas de verdades históricas, aunque el buscador universal por excelencia, Google, desmienta incendios en Cocula el día que debían ser incinerados nuestros estudiantes. Imagen que destroza la imagen que queremos vender a toda costa. Porque en el mundo del internet, una imagen, una historia, puede desbaratar en un instante el edificio de una propaganda construida como un castillo de naipes. De ahí lo perjudicial que resultaron las historias de corrupción y de impunidad en nuestro país para la percepción que se ufanaba vender sobre México. El mapa se esfumó y quedó el puro territorio quemado. 

Sigue nuestro Premio Nobel de Literatura diciendo que “[a] cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden”. El problema es que en 1950, cuando publicó su obra maestra, era más fácil manipular la realidad que en 2015, cuando el acceso a la información se encuentra a la altura de un teléfono celular o de una computadora portátil. 

Pero la tentación de inventar o, mejor, aparentar, simular y maquillar nuestra realidad parece ser el lema del actual gobierno. Definir una política exterior basada en dibujar un liderazgo regional a través de fotografías, visitas y apretones de manos obviamente no iba a poder contra el embate de la realidad. Maquillar la realidad no puede ser proyecto de política exterior. Tampoco el hacer de la diferenciación con el anterior gobierno el objetivo final de cualquier esfuerzo diplomático. 

Olvidar que la política exterior o es de Estado o es de máscara. Dice Paz que “máscara el rostro y máscara la sonrisa”. Pero no la realidad…