Bailleres
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En insólita decisión, la mayoría del Senado otorgó la medalla Belisario Domínguez al empresario priísta Alberto Bailleres. Es la primera ocasión en que tal condecoración, la máxima que realiza la Cámara Alta, no se produce por acuerdo unánime del pleno senatorial desde 1954.
Apenas la mitad más uno de los integrantes del Senado, 65, emitieron voto a favor y 12 votamos en contra; así fue anunciado el cómputo en la sesión del 4 de noviembre, aunque luego, instigados quizá por la precariedad del consenso, los números de la votación cambiaron al ser publicados en la página de internet: 72-13.
Las dos cosas son un despropósito y signo inequívoco del deterioro que sufre el régimen político. La política congresional muestra su distancia con la realidad, por desdén o cinismo.
Entregarle la presea a Bailleres desnaturaliza los objetivos de la distinción, proclamada para “premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad”. Se toma distancia con lo que había prevalecido hasta el año pasado: aunque corresponde a los tres principales grupos parlamentarios proponer candidaturas de manera alternada cada año, se tenía cuidado incluso de que los perfiles muy partidistas acreditaran el sentido de lo público. Pero ahora se ha invocado el éxito de un hombre con un componente esencialmente privado para que la medalla cuelgue de su cuello.
Como senador he votado siempre a favor del dictamen que presenta la comisión. Así fui partícipe de la condecoración a Leopoldo Zea, Héctor Fix Zamudio, José Iturriaga, Luis González y González, Carlos Canseco, Gilberto Borja, Ernesto de la Peña (póstuma), Manuel Gómez Morín (póstuma) y Eraclio Zepeda Ramos. Por supuesto celebré también las que en intervalo se otorgaron a Carlos Castillo Peraza, Miguel Ángel Granados Chapa, don Luis H. Álvarez y Cuauhtémoc Cárdenas.
Repasar la historia de estos personajes, rememorar sus aportes al País permiten advertir que la decisión tomada ha tomado otro rumbo.
Me parece que además el reconocimiento es inoportuno debido al momento que vive México y la trágica realidad de miseria y opresión en que el Senado decide distinguir a un perfil cuya característica es la acumulación de capital. Un momento en el que cruje la desigualdad, y se hacen patentes las formas de exclusión, la pobreza como la expresión más dramática.
Nada tengo en contra del perfil empresarial, ni estoy peleado con el éxito de nadie, sobre todo cuando es fruto del trabajo. Nunca me ha apantallado el dinero, pero tampoco tengo prejuicios por la riqueza o los ricos. Desprecio el dinero mal habido, y condeno el capitalismo de compadres. Pero por supuesto que para eso no nació la presea que lleva el nombre de un mártir. Bailleres es el segundo hombre más rico de México con 14.5 mil millones de dólares, después de Carlos Slim.
El perfil de Bailleres no es el que el decreto que crea la medalla especifica. Creo que la fortuna de don Alberto ni está distribuida todavía entre la nación, ni podríamos hablar de que hay una redistribución en el mundo de ella.
Luego los datos del ser empresarial de Bailleres se han ido dando a conocer estos días, tras la votación del Senado. “Proceso” ha recordado elementos muy cuestionables: como un empresario “de ligas estrechas con el poder político, con el que ha establecido una relación de favores mutuos”, la revista señala que en los setenta ayudó a Luis Echeverría en su campaña de boicot publicitario contra “Excélsior” de Julio Scherer; que sus buenas relaciones con José López Portillo y Miguel de la Madrid le permitieron gozar de privilegios como condonaciones fiscales.
En dicha publicación se le señala como uno de los beneficiarios del proceso de privatización en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, así como uno de los empresarios “más entusiastas” que financiaron su campaña y otras tantas del PRI. Ni más ni menos el hombre que organizó el pase de charola de 75 millones “por piocha” a una veintena de empresarios mexicanos para apoyar la campaña del PRI en 1988.
Esta información es esclarecedora para entender la votación que se realizó ese día. Es una verdadera lástima, lo acontecido; aunque poco importe a los que mandan en el Senado.