¡Ay con el Nobel!
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¡Ay con el Nobel!
Hace algunas lunas me reuní con el chef Juan Ramón Cárdenas, el cocinero de sabor huracanado del mítico restaurante “Don Artemio”. El motivo fue el mismo de siempre: desearnos parabienes y comentar los tópicos de moda. De varios temas, afloró uno siempre difícil y ríspido, el cual ya abordé en la columna dominical de gastronomía aquí en VANGUARDIA, la clasificación o lista de los mejores restaurantes mexicanos, latinoamericanos o del planeta. Entre la charla y el chascarrillo, le hice una pregunta a Juan Ramón: “Oiga, chef, ¿y usted qué piensa de ello?”, a lo cual el alquimista contestó en un segundo y sin inmutarse: “Mira maestro, yo no cocino para las listas o clasificaciones. Yo cocino para mis comensales…”.
Lo anterior viene a cuento por que una vez más deja un sabor agridulce el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura. Esta ocasión a una periodista la cual escribe a mata caballo, entre la narrativa y la práctica del reportaje, la bielorrusa Svetlana Alexiévich, de la cual se conocen poco, por no decir nada, sus trabajos en español. Y como en la elaboración de los 10 o los 100 mejores restaurantes de México, de América o del mundo, la polémica está no del lado de quien lo gana y si al parecer, como en este caso, hay más polémica por aquellos que lo perdieron o no fueron elegidos por un grupo de académicos enclaustrados en sus cubículos, pero que poco saben de otras latitudes y libros y autores harto leídos por el mundo, no por ellos.
Otra arista identificable, ¿cuando se otorga el Nobel se venden más libros y se lee más? Al parecer no. No en ciertos casos. Cuenta el periodista y editor Juan Cruz que, cuando en 1986 el Nobel se le otorgó al nigeriano Wole Soyinka, los editores españoles que tenían los derechos de autor del escritor, le habían comentado que fueron “64 los ejemplares de más que el recién premiado apuntó a la cuenta de sus derechos”. Con Nobel o sin Nobel, Soyinka siempre fue y ha sido un autor para iniciados.
No siempre ganar el máximo galardón de las letras lleva al éxito. Con Nobel o sin Nobel, Jorge Luis Borges sigue siendo el patriarca de la literatura moderna y sus libros se siguen vendiendo a pasto. Pero sin el Nobel, autores como Herta Müller, Imre Kertész o la inconmensurable poetisa polaca Szymborska, no hubiesen logrado llegar a una gran masa de lectores, los cuales hoy los han tomado como santos tutelares. Y es que a un escritor no le interesa el paraíso o tierra prometida del Premio Nobel, sino contar su propio paraíso o bien, su infierno, que es de donde procede por lo general la obra de arte. Contar lo que habita en su alma atormentada.
Esquina-bajan
Hace algunos años, no recuerdo la fecha exacta, le fue concedido el Premio Cervantes a Elena Poniatowska. Aquella ocasión, intercambiando palabras y verbo ardiente con Luis Carlos Plata, llegamos a una conclusión, las palabras finales son de él: “El rasero ya bajó mucho para obtener el Cervantes”. Hoy, al haberle otorgado el Nobel a la bielorrusa el rasero se ha eliminado. De la periodista sólo hay un libro en español, “Voces de Chernóbil”. Tiene al parecer otros tres o cuatro con la misma tónica y estructura: la denuncia, el señalamiento con índice de fuego, el documentar las atrocidades de los tiranos, los caciques. Entre estos se cuentan: “Muchachos de zinc”, “El fin del hombre rojo”.
Para Ricardo San Vicente, su traductor, Svetlana Alexiévich, “es una buena combinación entre periodismo y literatura. Una escritora de Bielorrusia crítica con su país y con lo que fue la antigua Unión Soviética y de situaciones importantes de su país y de otros, como Afganistán”. A pregunta expresa de por qué hay que leerla, el traductor dijo: “En sus libros destacan los testimonios de las mujeres soviéticas que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, la catástrofe de Chernóbil, en 1986, el hundimiento de la antigua URSS y la herida moral de esa sociedad…”.
Ni Marcel Proust, ni Franz Kafka, ni Jorge Luis Borges obtuvieron el Nobel. Al día de hoy no les hace falta. Con cierto dejo de ironía, el erudito Alberto Manguel ha escrito que si ya se lo dieron a una periodista que pone como supremo valor la denuncia de la rapacidad y vileza de los gobernantes, el Comité de académicos suecos debe de empezar a tomar en cuenta otorgárselo en alguna próxima edición al “cómic” y a la “novela gráfica”. Sin palabras.
Letras minúsculas
El Nobel, más polémico que nunca. Volveré al tema.