El huracán Francisco habla a México
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El huracán Francisco habla a México
En sus 78 años, Francisco nunca había viajado a Estados Unidos, ni como sacerdote, ni como provincial jesuita, ni como arzobispo, ni como papa. La expectativa era importante, pues todos desconocíamos hacia dónde encaminaría su mensaje y sus gestos de simpatía.
Existía el precedente, muy importante, que cambió la configuración del siglo XX, cuando la agenda del presidente Ronald Reagan encontró en los objetivos de Juan Pablo II una sinergia que permitió derribar el Muro de Berlín, y con él el modelo comunista como régimen político. Hoy en día, algunos analistas observan cierta similitud entre las prioridades de Obama y las del primer papa latinoamericano, no sólo en el interés por el cuidado al medio ambiente, sino también en la inclusión de lo que Francisco llama las periferias, sean estos considerados como países excluidos, como Irán o Cuba, o personas de carne y hueso descartadas por el modelo capitalista que sólo privilegia ganancias y olvida a los seres humanos.
Ambos líderes enfrentan enormes resistencias, tanto al interior de sus países o instituciones, como fuera de ellos. De ahí que, sin decirlo, se necesitan mutuamente si quieren avanzar sus objetivos. Por eso presenciamos en estos días un cúmulo de gestos que hablaron más que mil palabras. El presidente de EU no recibe a los jefes de Estado en la pista de aterrizaje. Lo hizo Obama con Francisco. El papa fue el primer pontífice que habla en el Capitolio de Estados Unidos. Es, también, la primera vez que se dirige a los jefes de Estado en una Asamblea General de las Naciones Unidas.
Para alguien con apenas dos años en la responsabilidad, Francisco cosecha logros que ningún otro personaje había conseguido en Estados Unidos. Pero detrás de ello está el apoyo a una agenda común que se dibuja entre el líder estadounidense y el jerarca católico. En efecto, el espaldarazo al encuentro con Cuba, el reconocimiento al aporte de los migrantes, la puntual defensa al cuidado del ambiente, y la petición de abolir la pena de muerte, son temas difíciles en Estados Unidos y en el resto del mundo, que exigen tomas de posición y entrañan costos políticos, pero que en esta ocasión, ambos líderes han decidido asumir, sin cortapisas y sin engaños.
Ambos, Francisco y Obama, defendieron un discurso novedoso, de vanguardia. Lejos del cansado sonsonete contra del populismo que declama aquí y allá Enrique Peña Nieto, a falta de propuestas concretas que poner sobre la mesa del Parlamento de los Pueblos, las Naciones Unidas.
Ante ambas Cámaras de EU con un discurso hecho a partir de figuras como el ex presidente Abraham Lincoln y el líder Martin Luther King, Francisco señaló la obligación de combatir integralmente la pobreza y la conveniencia del diálogo entre países que han estado enfrentados.
Aunque se dirigía a Estados Unidos, Francisco también habló a México, pues la mayoría de los problemas que abordó son problemas actuales de nuestro país: temas como el narcotráfico y el crimen organizado, la corrupción que ha penetrado a todas las esferas de la sociedad, la falta de un trabajo digno para los jóvenes, la vulnerabilidad de las familias ante la crisis económica, sólo por poner unos ejemplos.
Finalmente, invitó a quienes lo escucharon a reconocer que todos tenemos “una misión, una responsabilidad personal y social: […] hacer que este país crezca como nación.” Para aquellos que ante cualquier provocación señalan al populismo como el mal a combatir, conviene que mediten con detenimiento lo que Francisco comentó en el Capitolio: “La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo”.