El "hermano Papa"
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El "hermano Papa"
¿Sabe usted por qué la gente se aburre con los sermones, los discursos, las peroratas, las alocuciones, las arengas y las disertaciones (incluyendo las de los taxistas, peluqueros y familiares)?
Porque o dicen lo mismo de siempre, o carecen de ilación lógica y son meramente explosiones emocionales y/o manipulaciones, o son “más largas que una cuaresma”, o solamente las entiende el orador, o son más alejadas de la realidad que Plutón y sus satélites, o carecen de interés para el oyente o… (añada aquí sus propias razones).
Una de las razones más elementales es que el 70% de la comunicación humana es “no-verbal”. Cuando se hace esta afirmación las personas la refieren a los gestos, el tono de voz y los ademanes que acompañan a las palabras. Todos ellos son mensajes adjuntos que definen la urgencia, la emoción, la trivialidad o gravedad del significado o la trascendencia del mensaje. Sin embargo si las palabras son congruentes con la realidad (no verbal) de manera auténtica, sin adornos, adulaciones, maquillajes que la disimulan o distorsionan, entonces y solo entonces las palabras logran la atención, el interés y la reflexión, las palabras transparentan la realidad.
El Papa Francisco es una persona cuyos mensajes han ido logrando la atención, el respeto y la consideración no solo de las personas religiosas del orbe sino de gobernantes, académicos, economistas, científicos, ecologistas de todos los sexos, culturas y edades. ¿Por qué toda esta gente no se aburre con sus palabras, mensajes y sermones? ¿por qué lo irán a escuchar multitudes desde hoy y durante toda la semana en la Plaza de la Habana, en la ONU, en el Congreso de USA, en Filadelfia…?
Una respuesta está en la comunicación no-verbal con que el Papa Francisco ha predicado desde hace décadas. Es el mismo estilo del “Poverello de Asís” que predicaba con las acciones de “amor y paz” que anticipaban sus palabras.
“El arzobispo Bergoglio se trasladaba en Buenos Aires en el autobús urbano”, “compraba el periódico en la esquina”, “celebraba Misa en los barrios marginados”. El Papa “antes de dar su primera bendición se inclinó para que los fieles oraran por él”, “usó sus viejos zapatos” (y no las pantuflas rojas de príncipe eclesiástico), “se hincó y se confesó en la Basilica de S. Pedro”, “vive en un cuarto modesto, celebra misa rodeado de fieles ordinarios y come acompañado de los que viven en Santa Marta (un hostal del Vaticano para dar alojamiento a huéspedes)”…
El Papa se ha despojado (como S. Francisco) de toda indumentaria que envíe el falso mensaje de monarquía y se ha revestido de pobreza evangélica. El Papa se ha vuelto “el hermano Papa”.
Lo invito mi querido lector a ver al Papa en esta semana por TV (canales: Vaticano, EWTN, María Visión), observe sus gestos y su sonrisa, su entusiasmo y su esperanza con que acompaña sus frases, la espontaneidad de su trato y la variedad de sus tonos de voz con que acompaña la alegría o la gravedad de su discurso. Pero sobre todo admire la congruencia de una persona que no adora los mitos modernos de la tecnocracia, ni el individualismo, ni el dinero, ni el poder político como “camino, verdad y vida” del hombre de hoy, sino que sorprende todavía con la novedad (no-verbal) de un discurso tan joven como veinte siglos.