¿Y que esperábamos?
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¿Y que esperábamos?
A mí no me lo cuenta nadie. Yo mismo lo escuché dentro de uno de mis círculos habituales directamente de la boca de uno de los niños que estaban en aquella ocasión. -Yo sé lo que quiero ser de grande: Narco-.
No hubo tiempo para el incómodo y largo silencio de todos, ni para el eterno y puntilloso sermón de la señora persignada, o para la complicidad de las nerviosas risas por nadie saber que hacer o que decir ante una sorprendente declaración infantil cargada de influencias adultas. Rápidamente el amigo buena-onda intentó una absurda salida que solo sirvió para que nadie cuestionara la raíz de lo que acabábamos de escuchar.
Narco, dijo aquel niño. Mágico título que hace la ilusión de tener una Hacienda Nápoles como la que nos cuentan de Escobar, que nos acerca a las más hermosas e inalcanzables mujeres como pasa en el Señor de los Cielos, de ser vistos y tratados con las deferencias que solo compra el dinero y el poder; de poseer autos de lujo y viajar a los más exóticos lugares. Todo lo anterior debería venir siempre acompañado por un asterisco que te remita a dónde diga: si es que no te han matado para cuando cumplas veintitrés años.
Y estarás de acuerdo conmigo en que no es algo ajeno al común del mexicano haber escuchado disparates por ese estilo. Entonces, ¿Qué nos puede sorprender el que una actriz en decadencia y un marginado de Hollywood hayan tenido intereses con el delincuente más buscado del mundo?
Hace ya mucho tiempo que, en el ideario colectivo, la familia Corleone del Padrino se impuso a la familia Ingalls de La pequeña casa en la pradera, que Darth Vader encontró un recurso psicológico para justificar su maldad y ser modelo de conducta, que la virtud humana del Doctor Zhivago cediera a la petulante soberbia del Doctor House y que el Springfield de los Simpson desplazara a la vecindad del Chavo del ocho. Nuestra cultura fue daltónica y nunca supimos distinguir la diferencia entre un antagonista y un antihéroe. Y fue ahí que perdimos la brújula.
Porque antihéroe es Don Quijote, mientras que antagonistas son quienes lo tildan de loco; antihéroes son las familias Montesco y Capuleto dónde el mutuo odio proviene de un cierto valor de competencia, antagónicos son los individuos que se oponen al amor entre Romeo y Julieta. Antihéroe dentro de una sociedad es un Don Ramón que en una familia disfuncional no paga la renta por estar eternamente desempleado, antagonista a la sociedad es Homero Simpson que dentro de una familia tradicional se deja dominar por el inmediatismo, la comodidad y el placer. Porque el vocablo lo incluye, en el antihéroe algo de bueno (héroe) reside ya que, aun pudiendo estar equivocado, es movido por sus creencias y siempre estará dispuesto a arriesgar y perder en la defensa de su escala de valores. El antagonista es diferente, es aquel villano cuyo valor anida en el simple hedonismo y el desprecio a lo que tenga que ver con los demás.
¿Y que son Kate y Sean el día de hoy en el entramado nacional? ¿Son anti héroes dentro de una sociedad ávida de personajes con ideales o son antagonistas a los intereses de un pueblo hundido por los vivales? Sin duda, habrán de ser lo segundo pese al sospechosismo que rodea todo el caso cuando la opinión pública lo califica de cortina de humo para cubrir cuestiones como el precio por el cielo del dólar y el precio por el suelo del petróleo, el fracaso gubernamental, la misma delincuencia y un hartazgo generacional que solo ha sido contenido por una fortuna económica que descansa más en la desgracia de ser vecinos de los gringos, que en la gracia de nuestros méritos productivos. Pero eso es otro costal.
Jamás he escuchado a un niño o una niña decir que quieren ser como la internacional Madre Teresa, como el nacional Fernando Landeros o como nuestro local Padre Mario; y si, quizás sea un bostezo en cuanto a adrenalina y glamour pretender dejar legados humanitarios más que monetarios, pero al final es lo que todos deseamos para el futuro de nuestros hijos.
No me las doy de moralista ya que sobraría quien me desdiga, pero si me pregunto ¿a dónde iremos a parar?. No es una cuestión menor, y sí, pienso que existe correlación entre el dicho de un niño sobre lo que quiere ser cuando crezca y la forma en que los adultos encumbramos a esos personajes que hacen migas, amistad y negocios, con quienes inyectan el caos en nuestras ciudades.