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El temor al COVID fue mayor que a la vacuna en ejidos de Arteaga
ARTEAGA, COAH.- Dos fallecimientos por COVID y los “casi imposibles” 40 contagios en la zona rural arteaguense, surgieron en San Juan de la Vaquería.
Ni quién pensara que entre los muchos habitantes que hay en la ciudad, el virus llegó al ejido para entrar a los pulmones de don Juan o doña Lupe.
Muchos de los contagios, según los pobladores, fueron a través de quienes acudían a laborar a las empresas en la orilla de la carretera.
Entonces comenzaron a usar cubrebocas y dejaron de reunirse los domingos con sus familiares, incluso, negaron la entrada a paseantes y hasta “se alejaron las comadres” o “le dieron a la bebida cada quien en su casa”, dicen los ejidatarios.
El COVID-19 existe, admitieron y aunque pasaron décadas desde que recibieron una inyección en el brazo, ayer cambiaron las cosas.
La tarde de este lunes más de 300 ejidatarios y habitantes de la zona rural acudieron convencidos de que recibir la dosis los protegerá del COVID-19.
Pese al temor de no encontrar auxilio en caso de una reacción, de que les fuera inyectada agua o que la muerte llegará sin explicación, los habitantes de las comunidades rurales acudieron a vacunarse.
Hombres de bigote y sombrero con olor a leña, ya se encontraban afuera del salón ejidal frente a un corral, cuando arribó una caravana de la Jornada Correcaminos, desafiando una tarde con casi 30 grados de temperatura.
Señoras abandonaron sus casas de adobe y dejaron los frijoles ya servidos antes de acudir a recibir la primera dosis que permita regresar a las noches de lotería y disfrutar de un asado carretonero con Licha, Pancha y Genoveva.
Pero también de que sus familiares de Saltillo regresen al rancho a respirar el olor a tierra fresca, recién arada, tras meses enteros de no cruzar miradas ni palabras.
“Por primera vez en muchos años enfermamos, aquí no se ve más que un catarro o dolor de panza por tragones, pero sí nos dio COVID-19, no sabemos cómo pero nos dio”, comentó María Concepción Reyes, cuando esperaba su turno.
LA RECORRE UN ESCALOFRÍO
Pensar que podía morirse tan joven, a sus 53 años, todavía le sacude el esqueleto y le pone la piel de gallina.
Pensar que podía “petatearse” a kilómetros de sus hijos la dejó muda, “nada más rezándole a Dios que me diera licencia”, recuerda doña Concepción desde enero de este año, cuando se contagió.
“Ya esperábamos la vacuna con ansias”, comenta su comadre Rosa López, quien también acudió a la vacunación por sus dosis.
Al término de la jornada, la misma caravana abandonó el ejido mientras que decenas de habitantes regresaban a casa mirando hacia el cielo y haciendo la señal de la cruz, agradecidos de haber sido vacunados.